Aquí en Viena la reunión ha congregado a 40 personas de
toda Europa y se inicia con un minuto de silencio por lo ocurrido en Francia.
Una medida que se me antoja a todas luces excesiva después de tantos minutos
derramados en silencio y que parecen ir amontonándose uno sobre otro. No tengo
claro que este símbolo procure reparación o consuelo alguno a las familias de
las víctimas. Tampoco que tranquilice el terror que parece haberse desbordado en
este viejo continente tan ensimismado. Sin embargo, los símbolos (sobre todo
este, proveniente de la posguerra en 1919) contienen una emotividad tensa y muy
plástica, como si en la mudez de una congregación de individuos se hallase la
explicación de por qué estamos unidos y hemos de permanecer unidos (aunque no
lo estemos).
Todo esto medito en el transcurso de ese minuto que,
sinceramente, enmudece por obsolescencia y es traído con cierta arbitrariedad
debido al momento en que nuestra reunión se produce (ni siquiera se trata de la
primera de las reuniones del día). El oficiante, que hay algo en ello de
liturgia, es un italiano que ha querido aprovechar la presidencia del comité
para actuar de misacantano ante franceses y austríacos y checos y españoles y… Tal
vez crea que esta colección de ciudadanos venida de todas partes de Europa representa
con ejemplaridad a todas las sensibilidades heridas por la violencia sin
sentido. Por supuesto, ni una palabra de las invocaciones a la guerra o las
causas del fanatismo islámico que sigue empeñado en azotar la confortabilidad
de nuestros estados. No corresponde aunque sea crucial.
Y mientras callamos, sin bostezos ni alzamientos de
miradas, salvo la mía, que no estoy por la homilía habiendo tanto que discutir
al respecto, en París elevan la agresividad de sus alocuciones y llaman a
perpetrar una nueva cruzada, no sé si santa o diabólica: todos sabemos cómo
acaban las hostilidades allá en los desiertos donde solo se alza la voz del
profeta. Pero no importa, el elefante viejo ha despertado creyendo que tiene
fuerza e ímpetu suficientes para golpear en las huestes enemigas, sin advertir
que las huríes ya desvelaron el secreto de la guerra a Julio César en Tapso.
Estamos perdidos…
Por supuesto, en la capital andan todos como locos
tratando de averiguar cómo se puede mantener una opinión política al respecto
sin perder votos. Tiempo de elecciones. Todo revuelto. La OTAN y el no a la
guerra. Nadie parece pensar en otro modo de hacer las cosas.