viernes, 13 de noviembre de 2015

Amazonas

Mis últimas Philosophiae Naturalis las han leído ustedes, caros lectores, mientras navegaba el Amazonas peruano arriba y abajo. Con la excusa de unos proyectos profesionales he tenido la oportunidad de descubrir con mis propios ojos lo que he venido en llamar regreso a lo primordial: la vida sin interferencia de los artificios humanos; la civilización sometida por el imperio de la naturaleza, no al contrario; la vida de lo salvaje y no domesticado, tan gloriosa como impresionante. Yendo al Amazonas he descubierto, por tanto, lo primordial, y por este motivo los genes, nuestros genes, reconocen que se hallan en el lugar de donde provienen.
Decir que estoy maravillado es decir muy poco. No solo por la explosión de exuberancia de lo natural, cosa que, aun sin concebirlo con exactitud, es esperable en cualquier caso, sino por la inmensa variedad en que la vida se ha desarrollado, humanos inclusive, tan rica y diversa que parece contradecir la sensación de que, en el universo, la vida parece ser la excepción, una excepción milagrosa. Y sin embargo, los ojos del viajero la advierten en su rabiosa delectación de especies vegetales y animales, con la sencillez con que millones de años han tejido una intercomunicación perfecta entre las especies. Todas, salvo nosotros...
Las sociedades que persisten a orillas del grandioso río, o afluentes, viven con muy poco y no les falta de nada. La selva ofrece alimento y medicina. Lo tienen todo y sin embargo, para nosotros, los desarrollados, carecen igualmente de todo. No vi en ningún momento rostros desdichados masacrados por el hambre o las plagas. Solo gentes felices con su sencillez que, todo lo más, si se les pregunta, dejan entrever los efectos de la mal llamada civilización al reclamar una escuela o un centro médico más próximos donde poder aprender idiomas o combatir un simple dolor de cabeza (la diabetes o el colesterol, por ejemplo, no existen). A lo largo del río lo que realmente he descubierto es la inmensa totalidad de lo innecesario y acomodaticio de la vida moderna.
Por desgracia, el hombre sigue explotando la selva en su único beneficio. La deforestación en Brasil del Amazonas sirve a la cría de ganado para que las hamburguesas basura se distribuyan a millones a diario por todo el planeta, y siguen decomisándose animales protegidos a diario por centenas. La realidad es que el río es accesible y nada protege la selva de la peor depredación que se conoce: la nuestra propia.