viernes, 2 de enero de 2015

Los retos de 2015

Personalmente necesito volver a creer que vivo en una época donde el bienestar de la sociedad sigue siendo el objetivo por el que trabajamos. Porque hasta ahora, y en ello el 2014 ha sido acerante, solo hemos percibido el acorazamiento de las elites económicas, la sumisión ante ellas de la clase dirigente, el desprecio de los plutócratas por las clases medias que padecen (que padecemos) los efectos de esas teorías políticas suyas que dictan que solo el sufrimiento de los débiles puede garantizar el progreso (teoría no contrastada por la realidad, pero que circula en las esferas del poder como un dogma de esta extraña fe postmoderna), el consecuente abandono del ciudadano de conceptos antiguos que siempre funcionaron (tolerancia, favorecimiento del bien común, abandono del radicalismo, cultivación del intelecto) en pos de una vertiginosa satisfacción hedonista, y un errado desempeño de lo que debería ser un Estado de derecho, democrático, justo y ponderado.

Todas estas percepciones las vemos tanto en los ambientes universitarios como en las salas de reuniones de las comunidades de vecinos, y responden a una atmósfera de decadencia y ruina moral e intelectual que práticamente lo ha emponzoñado todo, desde las televisiones a las cuentas corrientes de los partidos políticos, pasando por las gradas de los campos de fútbol o las riñas intestinas de la Bolsa, y cuya quizá no única justificación la hallamos en ese sentimiento tan gongorescamente humano del "ande yo caliente".

Por ello, personalmente, creo que si de algún reto hemos de hablar en 2015 es de la recuperación de un espíritu crítico sustentado en la honradez a ultranza y una generosidad desbordante, sin los cuales todo este entramado social corrompido jamás se recompondrá. Creo que es posible, aunque no lo sea con los mimbres con que se constituyen las cestas políticas y financieras que rigen los destinos de este país y otros muchos de su alrededor, pero sobre todo del nuestro, que se desangra por las miles de heridas que ha hendido la progresiva degradación moral de nuestra política, atrozmente acelerada por una inaudita crisis de la economía.

Es esta posibilidad lo que confiere esperanza a 2015. Y a estas alturas tanto más da que el futuro pase por un agudo vocero con coleta o por un viejo inmóvil desde que abandonó el bachillerato. La regeneración ha de empezar y terminar en nosotros. No cabe otra. Porque de lo contrario, este 2015 no será sino más del 2014.