jueves, 12 de diciembre de 2013

El foro

Montar un foro sobre cualquier asunto de interés es de lo más entretenido. Especialmente si uno es el organizador. Las llamadas a expertos, las convocatorias a interesados, las peticiones de patrocinio, los apagafuegos de última hora, etc., todo forma parte de una liturgia que te saca de la rutina y te devuelve al engreimiento de pensar que se es importante, imprescindible, puntal no contingente del ámbito en que uno desempeña.

Montar un foro, digamos que histórico, con sabor político, además de divertido resulta espectacular. Apareces todos los días en la tele. Te insultan en todos los telediarios y, lo que es mejor, puedes insultar tú también a trote y moche con idéntica visibilidad. Por arte de birlibirloque, al asunto (da igual de lo que se trate, es indiferente, los foros políticos son una mentira detrás de otra), al asunto, digo, le sobrará enjundia: cuantas más necedades se digan, y cuanto más se crispen con ellas los ánimos propios y ajenos, más se alimentará la trascendencia de la reunión.

Montar un foro con tales características asegura, a su vez, que los contrarios, los del otro lado, los que defienden aquello cuya causa concita el propio foro, propondrán rápida e igualmente uno similar y biunívoco, con las flechitas apuntando todas en sentido contrario dentro del diagrama de Venn. La sinrazón, por lo que se ve, con sinrazón se combate, de manera que desentiéndase usted del rigor, la precisión, la distante objetividad, la consunción tranquila del debate hasta que, exhausto, el intelecto decida descansar: las pugnas, a uno y otro lado, todas pseudocientíficas, antes han parecer boca de verdulero que estimulante porfía.

Montar un foro político con banalidad histórica es un guante arrojado al rostro del oponente, y por tanto precisa de un título asaz desconfiable y dizque imponente. De lo contrario la luz no se abrirá sobre las mentes del pueblo, tan abandonado al oscurantismo, tan alienado tras siglos de ignominiosas mentiras, tan necesitado de la auténtica verdad absoluta. Sea, pues, algo así como “España contra todos”, cébese el programa de festejos con eméritos e investigadores y expertos, apuntando su único ojo a idéntico poniente, y siéntese luego usted a disfrutar tranquilo del más grandioso espectáculo que jamás hayan contemplado estos tiempos modernos, tan repletos de ruido, egoísmo e incultura, donde los héroes que vista la Historia surgirán de estas aguas revueltas, para vergüenza perpetua nuestra