viernes, 5 de abril de 2013

Sicalipsis (2 y no más)

¡Cuántas veces me he arrepentido de lo escrito con anterioridad en alguna de estas columnas! Cuando sucede, siento unas ganas insaciables de acercarme al suscriptor (es decir, a mí mismo, unos cuantos meses más joven) y proporcionarle una buena colleja, reprender su precipitada obviedad.

Hoy me he dado cuenta de éste mi atolondramiento pretérito, que tarde y mal enmiendo, sin más que echar un fugaz vistazo a los mensajes del correo. Uno de ellos, el menos insoslayable de todos, por no contener más que habladurías, actualizaba el asunto de la concejala que tuvo su momento de infortunio público cuando alguien aireó un vídeo suyo asaz lúbrico. Creo que fue a la vuelta del pasado verano cuando dije en este mismo espacio algo que, con mejor acierto, debiera haber callado. Entonces, como tantos otros, que esto de lo políticamente correcto es un virus infecto que nos licueface a todos el cerebro en cuanto te descuidas, salí en defensa de su libertad personal, de su privacidad conyugal y de la amatoria también, en defensa de la sicalipsis femenil y no sé cuántas cosas más: todo me parecía poco con tal de arregostarme en propinar palos a carpetovetónicos y cavernícolas…

Entonces no lo sabía (de hecho, cuando publiqué la columna ni siquiera estaba enterado del meollo fornicario que mantuvo con un amante, cosa que asimismo me importaba un bledo), pero toda aquella indignación y todas las muestras de apoyo incondicional resultaron verónica pura. La inefable concejala, a quien en su pueblo tildaban de guarra a voz en grito y en el resto del país de heroína libertadora con estrépito, dejó la política en cuanto las voces se acallaron, se enchufó no sé cuánto dinero por lucir palmito y frecuentar saraos, dio vueltas hasta convertirse en una celebridad televisiva y, ahora, que la cosa declinaba, ha optado por mostrar las tetas (que todos hemos visto ya), evento que sucederá al parecer este mismo lunes en las páginas de una revista afamada no precisamente por sus entrevistas. 

Es lo de siempre. Elogiamos la voluntad y el concepto, pero ¡cómo erramos en el protagonista! Lo de esta mujer es procacidad insolente, espejo nítido de los trastornos de este mundo, donde al final lo único que cuenta es llenar el bolsillo y que se jodan los ideales tanto como los idealistas. ¡Pero qué menso fui hace unos meses por creer en la probidad y dignidad del sufriente desdichado! No me vuelven a pillar en otra columna falaz, así pasen treinta años.