viernes, 8 de febrero de 2013

El guiñol del presi

Hace tiempo que les perdí el respeto a los políticos por la contumaz insistencia con que se empeñan en mostrar la poca vergüenza que tienen. De hecho, verles reaccionar estos días ante los últimos tinglados que han emergido a la luz pública provoca hilaridad. A veces no sé muy bien qué nos quieren decir cuando agarran un micro y comienzan a largarnos su intrincada retahíla de tonterías, las mismas que más pronto que tarde son desmentidas con rotundidad en los titulares de prensa. Pero no importa: siempre es un galimatías insustancial.

Yo doy por descontado que en los partidos políticos hay tejemanejes oscuros. Igualmente me resulta obvio que en ellos algunos se lucran con actividades negras. Y si bien no creo que todos sean corruptos o corruptibles, sí creo que todos callan cuando observan estas y otras andanzas en sus respectivos partidos (aún no he visto a un solo político querellarse contra un colega corrupto sin que la prensa lo haya aireado antes: ¿se dan cuenta de que nunca se enteran de nada?). Sin embargo, hay algo con lo que yo no contaba: el pantallazo presidencial.

Huelga decir que esta modalidad con la que el presidente decidió declarar ante los periodistas sobre la corrupción en su partido es de vergüenza, y que le cubre de todo menos de gloria. A mí me recordó a los teatros de guiñol, pero sin cortinilla: fue tal el esperpento que sólo faltó que apareciese la Cospe, porra en ristre, preguntando al coro de periodistas si habían visto en alguna parte al Bárcenas, por aquello de trajinarle las costillas al grito de “malo, malo, malo y remalo”. De risa.

Y es que la cosa, pese a la pretendida severidad del discurso, tuvo en el guiñol del pantallazo, bien mirado, su comicidad y gracejo, aunque no alcanzase ni de lejos las cotas de la posterior ocurrencia “todo eso es mentira... bueno, salvo algunas cosillas” con que deslumbró a propios y extraños, al lado de doña Ángela, nuestro colosal prohombre que habita en La Moncloa.

Me pregunto por dónde saldrá cuando, más adelante, el navajeo cruzado en que se desenvuelven unos y otros obligue a nuevas intervenciones. Porque hasta el momento, este presi sin gracia se ha limitado a emular a Les Luthiers y su archifamoso Adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras, que se enfrentaba a los indios comechingones al grito de: “¡Mi honra está en juego y de aquí no me muevo!”. Claro que no. De ahí nunca se ha movido nadie. Bien se sabe: dimitir tan sólo es un nombre ruso.