viernes, 1 de febrero de 2013

El Duque Palmado

Monárquica y socialmente, Urdangarín ha palmado. Y no por la procacidad estúpida con la que despreciaba en la firma de sus correos el título de su esposa, la Infanta Cristina, sino por el cúmulo de informaciones que de su comportamiento venimos siendo informados por la prensa. Digámoslo claramente: de entre los muchos rastros que el asunto Nóos va dejando tras de sí, es el de la firma erecta quizá lo que más burdamente define su inepcia a la hora de asumir el rol al que accedió por matrimonio. Y no hace falta exceso de magín para unir los puntos del dibujo punteado en informaciones y secretos, y que esconde a un tipo bosquejado cual chulo de barrio toda vez que, por aquello del destino, abandona el talento de anotar tantos con una pelota en la mano cuando accede a los mucho más suculentos entresijos del poder, la fama y la influencia. Un listo de los que hablaba la semana pasada. Un listo en sentido peyorativo.

Dicho en plata. Que este individuo, en el momento de hollar el altar donde se consumaba su desposorio, debió pensar: “y ahora me forro”. Es probable que tardase un tiempo en concentrarse en el asunto monetario que transitaba el espacio de sus meninges. Al fin y al cabo, ser parte de la Familia Real le desubica a uno, y bastante, creo yo. Pero el momento siempre llega cuando uno lo busca. Le bastó pasar por un MBA, un máster de esos que le enseñan a uno todas las sutilidades que conducen a la sociedad a una crisis como la que padecemos (lo sé porque yo mismo hice uno de esos y puedo corroborarlo), para que se le iluminase el entendimiento y urdiese, con las ayudas ajenas que consideró necesario, todo el entramado del Instituto Nóos. El resto son los titulares presentes y futuros, y alguna que otra sentencia un buen día de estos.

A mí lo que me espanta, de verdad, no es la corrupción que encierran las actividades del duque consorte (de las ansias de dinero solamente la pobreza atesora remedios). Lo que me repugna más es su manifiesto menosprecio por la Familia Real, por el destino al que libremente accedió al prometer monárquico amor conyugal frente a toda la sociedad, la chulería e indignidad en quien debió comportarse siempre con una pulcritud y una honestidad inmaculadas precisamente por disfrutar de la posición que le fue encomendada. El dinero hubiese llegado igualmente, aunque con más lentitud. Pero nadie hubiese levantado el índice acusador hacia él (y es que eso de levantar parece ya marca de la casa).