jueves, 20 de diciembre de 2012

El Portal de Belén

Somos una sociedad extraña, con una querencia especial por los desequilibrios, las clases, las diferencias y las distancias. Incluso ensortijados en una descomunal (y demencial) crisis caótica, pues en el caos parece haberse sumergido todo cuanto creíamos que estaba funcionando, decidimos acortar los pasos entre unos y otros. Y en esta no-decisión se halla una buena parte de los males que nos aqueja como sociedad, como ciudadanos que compartimos un mismo planeta.

Gabriel Zaid lo expone muy claramente en uno de sus últimos libros. Habla de los millones de gentes que viven en el mundo no como pobres asalariados, sino como pobres empresarios: empresarios de sí mismos. Y suscribe la idea con símil deliciosamente navideño que no dudo en replicar aquí y ahora: San José, que era carpintero, y empresario por tanto, que no obrero, encuentra los mayores impedimentos en tener que censarse para el fisco no donde realiza su trabajo, su taller, que es también su casa, Nazaret, sino en Belén. Jesús nace en un portal no por carecer de hogar, sino por exigencias de la burocracia.

Durante siglos las gentes han sido emprendedoras por y para sí mismas. Y, como ahora, han debido arrostrar los absurdos impedimentos de una clase dirigente empeñada en interponer dificultades en aras del bien común. Los pequeños fabricantes, que nunca desaparecen y son millones en el mundo, entregan productos y mercancías a cambio de exiguas inversiones y una tremenda, descomunal ilusión por su bienestar y la felicidad propia. Cuando las revoluciones industriales inventan y dotan de contenido a la clase trabajadora, asalariada, obrera, también inventan la necesidad de convencer a esa ingente masa de pobres que brega por su sustento y terruño con evidente eficiencia financiera (con muy poco, hacen mucho), para que se unan a esos puestos de trabajo en cuya creación se han invertido colosales cantidades de dinero. Ineficiencia financiera. Pero productividad salarial. Los parámetros de nuestro mundo.

Nos quejamos de no ser felices y añoramos los tiempos en que vivíamos con poco dinero, pero mucha felicidad. Si todo ese capital malbaratado en las grandes empresas, que invierten e invierten sin medida para tratar de arramplar con todo, se hubiera destinado a quienes no necesitan mucho, ni siquiera aspirar a nada, sería éste un mundo equilibrado. La enseñanza del Portal de Belén es justamente esa. El hogar productivo, eficiente. Por eso nos parece un mito.