Lo ha dicho no uno cualquiera, pese a que todos a estas alturas de la
crisis somos ese uno cualquiera, por ejemplo ese uno gritón que molesta al
Gobierno tras las vallas que rodean el Congreso y los policías antidisturbios
que sacuden estopa porque sí y por si acaso. Esa frase de “no hay dinero” no la
hemos pronunciado ni usted ni yo, sino que la ha espetado tal cual, sin
complejos, y en sede parlamentaria, el señor que cuida de los dineros de todos.
Nosotros, los unos cualesquiera, ya sabemos que no hay dinero, que no hay
dinero para nada (salvo para los de siempre), porque en el fondo quienes no
hemos hecho otra cosa en la vida que trabajar miserablemente como cabrones, nos
hemos acostumbrado en estos pocos años a vislumbrar telarañas donde deberían
guardarse los cuartos. Pero ellos, y más concretamente el señor de los dineros,
cuando dice que “no hay dinero”, como si estuviese en el bar con los amiguetes,
lo que dice es que se salve quien pueda.
Menuda forma como estos embusteros han descubierto de repente la erótica
de la verdad. Glotones, no la prefieren con el flirteo del fuego muy lento; al
contrario, la devoran con una avidez tal que suena a impostura y, lo que es
peor, a irresponsabilidad. La primera consecuencia, el bicarbonato: la prima de
riesgo en 576 puntos (nuevo récord histórico, esto no hay quien lo pare), y el
bono a diez años rozando el siete por ciento. Claro está, los mercados, esos
señores sin rostro que sí tienen dinero, no como el señor que habló el pasado
miércoles en el Parlamento, y a quienes cada vez con mayor empatía entendemos
más quienes antes los tachábamos de miserables sin tapujos, digo que los
mercados no son unos cualesquiera. Son quienes nos han prestado cuanto hemos
querido y que ahora se preguntan: si no hay dinero, ¿cómo nos va a pagar España
la deuda contraída?
El señor de los dineros dice que los efectos se observarán a largo
plazo, olvidando que el paro, la recesión, el cierre de empresas y la pobreza, se
observan hoy y se observarán también mañana. Pero, mientras tanto, sigue
empeñado en el aumento de impuestos y la asfixia del contribuyente, sin que se
le haya ocurrido alguna otra cosa de esas que los unos cualesquiera sabemos ya
casi por intuición. En el fondo, este señor sin dinero se siente perdido y sólo
piensa ya en disminuir el déficit de inmediato y como sea, olvidando que lo inmediato es justo lo contrario que
permitirá que, dentro de un tiempo, esto escampe.