El lunes me desayuné con el pronunciamiento de Olli Rehn desde la
Comisión Europea a favor de darle dinero a la banca sin comprometer la dignidad
del Estado español, con cuya caída nos iremos todos, literalmente, al carajo:
vascos, catalanes y palentinos. Leí también que, según aquellos idiotas del
300% de plusvalía en caso de bancarrota de España, contingencia por la que
apostaban fuerte (¿recuerdan?), Alemania a través de sus bancos está
inmensamente expuesta a los desastres, y por tanto también es seguro apostar en
contra de los germanos. Pero bueno, al menos el paso lento y apocado de los
políticos comienza a andar un camino, guste más o menos: lo importante es ir
resolviendo las cosas con alguna de las recetas.
El martes estuve en Bilbao como ponente de una jornada sobre
rehabilitación de edificios. No era baladí: en 2011 el sector al que
represento, el del acero galvanizado, tuvo en estas tareas una de sus tablas de
salvación en medio de esta crisis. Me encontré con que casi todo el mundo
hablaba de eficiencia energética, y yo les conté que si España emplease
extensivamente el acero galvanizado para proteger la oxidación del hierro, se
ahorraría al año una cifra similar a la que quieren inyectarle a Bankia.
También les dije que bajo el deslumbrante titanio del Guggenheim, las tripas
son de acero galvanizado. Y critiqué, con cariño, que de Zarautz a Getaria
hayan colocado una barandilla de acero inoxidable (los humanos somos como
cuervos, nos gusta lo que reluce) y a su lado una barrera de protección de hormigón
para que los coches despistados sientan en sus carnes los destrozos mortíferos
que produce rebotar contra semejante anti-protección, supongo. Siento el
proselitismo, es lo que hay.
El miércoles estuve en el hotel Ritz de Madrid, donde a Esther Koplowitz
la homenajeaba la Asociación de la Carretera, una institución que contempla
estupefacta cómo incluso en tiempos de crisis el gobierno se empeña en invertir
billones en AVEs (que arrastran un misérrimo 2 por diez mil de los pasajeros
que se mueven en España), mientras dejan que los 170 mil millones de euros que
valen nuestras carreteras vayan descomponiéndose lentamente por falta de
mantenimiento (en veinte años nos toparemos con el paisaje de “Soy leyenda”).
Y hoy jueves les escribo mientras la fiebre y una leve gastroenteritis
me tiene postrado en cama. Yo pensaba que con la crisis los virus habían
emigrado a los países ricos. Pues no. A perro flaco…