viernes, 8 de junio de 2012

Una semana normal

El lunes me desayuné con el pronunciamiento de Olli Rehn desde la Comisión Europea a favor de darle dinero a la banca sin comprometer la dignidad del Estado español, con cuya caída nos iremos todos, literalmente, al carajo: vascos, catalanes y palentinos. Leí también que, según aquellos idiotas del 300% de plusvalía en caso de bancarrota de España, contingencia por la que apostaban fuerte (¿recuerdan?), Alemania a través de sus bancos está inmensamente expuesta a los desastres, y por tanto también es seguro apostar en contra de los germanos. Pero bueno, al menos el paso lento y apocado de los políticos comienza a andar un camino, guste más o menos: lo importante es ir resolviendo las cosas con alguna de las recetas.
El martes estuve en Bilbao como ponente de una jornada sobre rehabilitación de edificios. No era baladí: en 2011 el sector al que represento, el del acero galvanizado, tuvo en estas tareas una de sus tablas de salvación en medio de esta crisis. Me encontré con que casi todo el mundo hablaba de eficiencia energética, y yo les conté que si España emplease extensivamente el acero galvanizado para proteger la oxidación del hierro, se ahorraría al año una cifra similar a la que quieren inyectarle a Bankia. También les dije que bajo el deslumbrante titanio del Guggenheim, las tripas son de acero galvanizado. Y critiqué, con cariño, que de Zarautz a Getaria hayan colocado una barandilla de acero inoxidable (los humanos somos como cuervos, nos gusta lo que reluce) y a su lado una barrera de protección de hormigón para que los coches despistados sientan en sus carnes los destrozos mortíferos que produce rebotar contra semejante anti-protección, supongo. Siento el proselitismo, es lo que hay.
El miércoles estuve en el hotel Ritz de Madrid, donde a Esther Koplowitz la homenajeaba la Asociación de la Carretera, una institución que contempla estupefacta cómo incluso en tiempos de crisis el gobierno se empeña en invertir billones en AVEs (que arrastran un misérrimo 2 por diez mil de los pasajeros que se mueven en España), mientras dejan que los 170 mil millones de euros que valen nuestras carreteras vayan descomponiéndose lentamente por falta de mantenimiento (en veinte años nos toparemos con el paisaje de “Soy leyenda”).
Y hoy jueves les escribo mientras la fiebre y una leve gastroenteritis me tiene postrado en cama. Yo pensaba que con la crisis los virus habían emigrado a los países ricos. Pues no. A perro flaco…