viernes, 7 de octubre de 2011

La huelga de los profes

Llevan ya cinco huelgas en Madrid. Me refiero a los profesores. Desconozco si hay huelgas similares en otras comunidades, pero quejas las hay por todo el mapa. Amigos profesores tengo unos cuantos. A casi todos ellos les vengo escuchando lo mismo: no a los recortes, no a la escuela privada, defensa de lo público, etc. 

Hace unos días, en una comida, hablaba sobre ello con un grupo de comensales de lo más variopinto. En realidad discutíamos sobre la crisis y las nefastas soluciones adoptadas por los políticos (aumento de impuestos, recorte de servicios, ningún atisbo de aligerar la estructura pública). Al llegar la cuestión educativa, hicimos dos aseveraciones: una, que no pasa nada por impartir dos horas más de clase a la semana y dedicar dos horas menos a tutorías, decisión que hizo estallar las protestas en un inicio; y dos, que uno no puede tomar en serio eso que se dice en las manifestaciones y panfletos sobre “la muerte de la educación pública”. Suena a canto de sirenas, a matraca siempre repetida, tanto en tiempos de vacas gordas como en tiempos de vacas flacas. 

No he leído que se haya aprovechado estas huelgas para criticar la pésima gestión económica de la educación pública. Lo educativo ha sido objeto de más reformas que una casa en ruinas y con cada reforma la cosa ha ido a peor, a mucho peor. Se ha inyectado dinero (aunque siempre parezca poco, sabido es que las cosas funcionan mejor con números de seis o más cifras), se ha agigantado la estructura y, aun así, nuestro sistema educativo es un coladero donde sólo permanecen la desmotivación, el fracaso y la ignorancia supina de nuestros hijos. Cómo no ha de ser tal cuando los mismos políticos que hablan de defender la escuela pública y desgranan soluciones superficiales (nunca de fondo, eso lo doy por imposible) huyen con sus hijos a la escuela privada. Y mientras unos, desconcertados, aplican recortes a sueldos y empleados (no a la gestión), los otros se apuntan al carro vocinglero de los sindicatos. 

Por cierto: sin ambages lo digo. Y ningún ánimo de generalizar, sólo de justificar mi caso. Yo también huyo de la escuela pública. A mi hijo, en primero de infantil, le trataron espantosamente, le educaron penosamente. Sólo sentí ganas de sacar al niño de allí cuanto antes. Sé que en otras escuelas esto no pasa y me asombra que aún haya profesores admirables: con lo que deciden los políticos, tienen pocas razones para trabajar a gusto. Y pese a ello, lo hacen.