viernes, 23 de septiembre de 2011

Moteros (y 2)

Hace algún tiempo escribí una columna sobre moteros que levantó ampollas. Y todo porque dije que unos moteros sobre dos ruedas me adelantaron indebida y arriesgadamente en el puerto de Tornos. Hoy, tiempo después, vuelvo a escribir sobre motos. Con similitudes y diferencias. Por ejemplo, que hoy en día yo también soy motero, de una 600 cc que uso a diario, así llueva o truene o hiele o caiga el sol a plomo. Otro ejemplo, que sigo pensando lo mismo sobre las locuras de quienes ven las carreteras como un circuito GP. 

Estuve este lunes pasado en una jornada sobre seguridad vial en Madrid. Uno de los ponentes fue el director general de carreteras de la Generalitat. Dijo cosas muy interesantes sobre la casuística de accidentes sobre el asfalto: mientras la siniestralidad en coches ha disminuido rápidamente, la de las motos ha aumentado alarmantemente. En el turno de preguntas alguien inquirió sobre este dato en particular. Y el señor director, ni corto ni perezoso, se desquitó diciendo que, en su opinión, si se inventase ahora la motocicleta, debería prohibirse su circulación. Como lo cuento.

Son curiosos personajes los directores generales del asfalto, cortados con el mismo patrón intervencionista y liberticida, y para quienes los conductores somos todos unos tipos sospechosos a quienes conviene imponer cuantas más prohibiciones mejor. Pero no menos curiosos son ciertos moteros, cuya exposición al riesgo evoluciona temerariamente junto a su actitud sobre las dos ruedas. Los conductores de automóviles vienen demostrando una creciente prudencia vial, posiblemente catalizada por la dureza de las sanciones. Pero no parece que ésta sea la tónica cuando se trata de estacionar el coche y subirse a los mandos de la moto. 

La última vez que hice una ruta acompañado de otro motero, éste me confesó que había abandonado su moto de siempre al ver caer uno tras otro a sus compañeros de carretera. Estaban acostumbrados a alcanzar los 240 km/h sobre poderosas máquinas y trazar las curvas en volandas, sobre el viento. Pero, trágicas palabras, sentía miedo de ser el siguiente. Vendió su R y se compró una custom.

Mientras tanto, yo voy haciendo rutas en solitario. Por supuesto, me gusta darle gas a veces, y serpentear los trazados, y sentir la lluvia afilada sobre el casco. Jamás convenzo a mi rodilla de que vaya rozando el suelo, ni que el puerto de Tornos sea el circuito de Cheste. Y confío en no engrosar la tétrica estadística mortuoria que he mencionado.