Los euros somos nosotros. Los chinos son ellos: dícese,
cualquier país considerado emergente que, ubicado en Asia o en Oriente Próximo,
vende lo mismo que nosotros a precios muy inferiores.
Pero las reglas no son las mismas para ellos que para
nosotros. Aquí hemos creado entramados burocráticos esquizofrénicos que en nada
ayudan a la productividad. Por ejemplo. Si usted es empresario, se encontrará
sometido al dictado de un buen número de normas, leyes, directivas y demás
mecanismos que, en aras de la excelencia, le van a dejar patidifuso: calidad,
medio ambiente, seguridad en el trabajo, innovación… Si usted no tiene
papelitos en su oficina que lo avale, no es nadie. Eso implica gastarse dinero,
mucho dinero, en demostrar una buena gestión que, seamos sinceros, no siempre
es verdad, y en poco ayuda a vender o crear riqueza. Y además está la guerra
globalizadora, ésa que vamos a perder con crisis o sin ella. Porque los chinos
no tienen tantos papelitos, o tienen muy pocos. La calidad de sus productos se
supone (como el valor en el ejército), aunque no la haya, y venden a millones con
sus bajos precios. Y para colmo no tienen leyes esquizofrénicas que obliguen a
una empresa eléctrica a construir dos remansos en el Ebro, aguas arriba y abajo
del emplazamiento de una torreta, porque resulta que la electricidad de los
tendidos estresa (sic) al pez monje. Además, aquí los trabajadores tenemos pisos
que han costado una millonada y estamos obligados a pagar al banco indecentes
hipotecas so pena de perder la casa y quedar endeudados de por vida, por lo que
no podemos tener los sueldos que merecemos por vivir donde vivimos, sino los
que nos hemos creído que merecemos por pertenecer a donde pertenecemos.
Quince años llevamos así, sin apenas exportaciones, con la industria
en retirada, la clase política derrochando a espuertas, y confiando todo al sol-y-playa
mientras rogamos que los moros no terminen nunca sus complejos turísticos. Y, mientras
tanto, ni un barrunto serio de cómo ponerle freno a la cosa, tragando las
exhibiciones del Pocero en su coche de 600.000 euros (con lo que está cayendo),
dándole millonadas a bancos y cajas (¿pero no solía ser al revés?) para que
subsistan, y sin que aquí a nadie se le caiga la cara de vergüenza, dimita o
sea echado a los leones.
Y encima nos van a tener que rescatar. Vamos, como para
estar contentos… Sinceramente, para esto, más nos habría valido no ser tan
euros y ser más chinos.