Dice el refrán, tan popular como irónico, que si el diablo
no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo. Uno se pregunta bajo qué
circunstancia ha de verse el diablo para solazarse de un modo tan aburrido como
inútil, con la cantidad de cosas que se puede hacer cuando no hay nada que
hacer. E intuyo que algo así es lo que ha debido ocurrirle a las Academias de
la Lengua Española (hay 22, no solamente una, todas con su brillo y esplendor):
en pleno hastío, se han dedicado a preparar una ortografía ridículamente
innecesaria.
No bastaba que las palabras agudas se acentuasen si
terminaban en o, ene o ese. En su día introdujeron la norma que exceptuaba a
los monosílabos de la regla general. ¿Por qué? Ni idea. En tiempos pretéritos
se acentuaba tranquilamente un “fué” o un “dió”, por ejemplo, pero llegaron los
lingüistas y dijeron que de eso nada. ¿A quién no se le ha escapado una tilde
así alguna vez? Se nos escapaban monosílabos como “guión” y “truhán”, o “guió”
y “rió”, pero principalmente porque nadie se acordaba ya de que lo eran y que,
por tanto, estaban sujetos a la excepción convertida en norma.
Como los académicos quieren ejemplarizar, vuelven a la
carga cual lanceros bengalíes para que no se nos olvide quién escribe aquí el
guión (perdón, “guion”) de la lengua. Y no contentos con eso, a la “i griega”
de toda la vida, que también se conocía (pero muchísimo menos) por “ye” nos la
van a dejar convertida casi definitivamente en mitad de aquella chica que
Concha Velasco quería ser. Cuestión parecida con la be y la uve, llamadas en
muchos sitios aún “be alta” y “be baja”: justo ahora me estoy acordando de un
chiste de Les Luthiers que, de repente, pierde todo su sentido.
En fin. Y mientras tanto, yo sigo recibiendo emails y
cartas con procacidades como “haber si vienen los buenos tiempos”, “tanto
hechar de menos” o “a sido”. Pero los académicos no están preocupados por ello,
o no lo aparentan, o acaso les da lo mismo (por considerarlo una batalla
perdida). Sus moscas son la be de burra y la tilde de los truhanes singulares,
cuando no la cu de Qatar, país de repente convertido en verbo. Al menos confío
en que el aburrimiento les haya servido de acicate para escribir un libro de
ortografía fácil de leer, ameno e instructivo, porque su Nueva Gramática les
quedó asaz insufrible. Y es que, para ciertas cosas, uno sigue prefiriendo lo
viejo. Que más sabe el diablo por ser viejo que por tener rabo para matar
moscas.