viernes, 17 de septiembre de 2010

Newton y el Corán

Ya saben ustedes que soy ateo. Este rasgo lo complemento con muchas otras vocaciones porque, siendo de pensamiento complejo, no dispongo de una sola. Es probable que en ninguna de ellas haya yo despuntado, pero tal circunstancia tampoco me arredra. Fui hombre de ciencia, posiblemente de más ciencia que la seguida por algunos que con ella se procuran fama y prosperidad. Si tuviese que optar por erigir un libro como fundamento último de mi existencia, no escogería la Biblia, ni tampoco el Corán, mucho menos el Mahābhārata, que aun siendo apasionante, se me antoja lejano. Mi predilección sería la obra cumbre de la Física: el Philosophiæ naturalis principia matemática de Newton, de quien, por cierto, si no lo sabían, estas columnas toman el nombre.
Si un energúmeno, o un fundamentalista, o quien sea, le prendiese fuego a este libro, yo me quedaría tan fresco. Mis convicciones no se acaban con las llamas, y desde luego la ecpirosis serviría para confirmar mi fe en los postulados científicos. De modo que si usted no odia la Ciencia, si la figura de Newton le parece detestable, o simplemente siente hartazgo por cuestiones como la gravedad y las mareas, le propongo una cosa: quémelo. Cuanto más lo queme, cuantos más ejemplares arroje a las llamas, más realzará la colosal importancia de un libro tan fundamental, y en más estúpida se convertirá su hazaña.
Quemar el Principia puede conllevar una consecuencia funesta. Puede usted encontrarse con otros energúmenos como usted que, llevados por la rabia infinita de unas convicciones mal aprehendidas, quieran quemarlo a usted, cuando no su casa, su coche o a su familia. Algunos podrán pretender incluso acabar con su vecindario, aunque en el empeño precisen sacrificar la que les es propia. Porque hay que ver lo insoportables que se vuelven algunos cuando se dejan llevar por la exaltación.
A lo mejor necesitamos, verdaderamente, purificar nuestros ánimos con las llamas. Para ello hemos de construir un enorme fuego, una gran hoguera, como en San Juan. ¿Es usted cristiano? Eche la Biblia a las llamas. ¿Es usted musulmán? Arroje el Corán. ¿Es usted científico? Escoja el Principia. ¿Lo suyo es el hinduismo? Pues que arda el Mahābhārata. Como en la novela de Bradbury, como en la película de Truffaut. ¿Se acaba con ello su fe, su ciencia? Pobres eran, entonces. Lo peor del fundamentalismo no es la estupidez que se exhibe, sino la enorme simpleza de las convicciones que se manifiestan.