viernes, 3 de septiembre de 2010

Dependencias

Me complace mucho ver a mi hijo cada vez más independiente. Tengo el privilegio de observar las evoluciones de su mente, que empieza a desarrollarse y a definir una personalidad. El peque está cambiando, eso es evidente. O mejor dicho, está formándose. Lo bonito de verle crecer es que se trata de una mirada al futuro, es decir, a la vida.
Nos gusta el futuro porque nos gusta la vida y abominamos de la muerte, a la que no desearíamos prestar ninguna atención. Sin embargo, el ocaso de toda existencia es la muerte, y como se trata de un hecho incontestable, desearíamos que estuviese vinculada al disfrute de una vejez placentera y amable, cuando en realidad pocas veces lo está. La vejez es el último de nuestros cambios. Pero ése no gusta, ese cambio da mala espina, por ahí suelen rondar “el segador” y las enfermedades latosas. A nadie complace ver cómo nuestros padres se vuelven viejos. Y supongo que mucho menos ha de complacer que nos pase a nosotros mismos llegado el momento.
De entre todos los estadios de la vida humana, los de mayor ternura y también los de mayor atención requerida son la niñez y la vejez. Entonces, si es así, ¿por qué todo parece discurrir en contra de esta elemental premisa? Trabajamos en pos del progreso y del avance de la sociedad, pero, ¿para qué?, ¿para nuestro solo beneficio personal? Así parece. La sociedad (el trabajo, el ocio) consume nuestro tiempo con avaricia, hasta tal punto que nos suena raro, cuando no fastidioso, que se mencione eso de la obligación de cuidar no a nuestros hijos, que de eso casi todo el mundo se ocupa, porque son una ricura y la idea es verles crecer y educarles, sino a nuestros mayores. Porque cuidar a los ancianos es harina de un costal muy diferente: no se concede meses de permiso para atender a personas dependientes, apenas hay dinero para quienes se ocupan de ello en el seno de la familia, la crisis hará que la tijera recorte contundentemente la dotación presupuestaria prevista para la ley de dependencia, y encima se trata de algo muy ingrato y difícil que a menudo precisa de asistencia profesional, ¿o acaso no se han inventado para algo las residencias (o asilos, como se llamaban antes)?
Yo le tengo un cariño infinito a quienes sacrifican su vida por cuidar de los mayores. Suelen ser mujeres, algo ya habitual. El papel de la mujer en la sociedad es tan inestimable y tan imprescindible que los varones solemos hacer eso mismo: no estimarlo como se merece.