viernes, 10 de septiembre de 2010

Dios y la física

Les hablo de la reciente polémica derivada de una frase contenida en el último libro de Stephen Hawking. Me ha sorprendido el modo en que esa simple frase (alegórica) ha levantado pasiones, inyectando una polémica (bastante sana) en la prensa. He observado que los ateos suelen responder con cierta prepotencia a las argumentaciones de la religión, pero no es menos cierto que los creyentes tampoco se quedan atrás.
La ciencia proporciona conocimiento del mundo, pero no dispone de dimensión ética: no sugiere cómo obrar o qué hacer para transformar la realidad que examina. Desde este punto de vista, es incuestionable que la ciencia no tiene respuesta para todas las preguntas que puede formularse el ser humano. Y si esto es así, ¿para qué necesita negar la existencia de Dios? ¿Para qué sirve tratar de desmontar la afirmación de que Dios es el creador del mundo que conocemos? ¿Acaso porque la tesis de un creador de la naturaleza le parece obscena? Qué ridiculez…
Su enfrentamiento es muy subjetivo: no hay dictado alguno que obligue a la ciencia a responder aquello que no le concierne en absoluto. Filosóficamente, como he dicho antes, es incluso contraproducente, porque hay conceptos, como el de Dios, que responden al anhelo del individuo por responder a cuestiones intrínsecas de su propia existencia. Personalmente me irrita mucho la arrogancia de quienes, desde posiciones científicas, se empeñan en combatir la religión como si fuese urgente desterrar la cuestión religiosa no solamente del camino científico, sino de todo el ser humano. Muchos divulgadores responden a este perfil, y exhiben un fundamentalismo tan soez como el que combaten.
Siempre que me pregunta un creyente (y yo lo fui en algún momento de mi vida), respondo lo mismo: la Creación y Dios, de existir ambos, cosa que yo niego, han de ser muy distintas a lo que podamos siquiera concebir. Los teólogos lo llaman trascendencia, y son sensatos cuando apartan la necesidad de demostrar la existencia física de Dios (contumazmente la ciencia les irá cerrando las puertas). Como ateo, creo en la no existencia de Dios, pero ni quiero ni puedo demostrar tal cosa. Mis preguntas más profundas y oscuras no necesitan de Dios. Y por descontado que se trata de preguntas a las que la ciencia no sabe dar respuesta.
Yo seré ateo, y científico, pero Dios ha de estar más que contento conmigo. Nuestra desconfianza mutua está teñida de una respetuosa amistad. Al menos por mi parte.