Esta semana dio comienzo el Ramadán, el noveno mes del
calendario islámico. En mi opinión, la más importante diferencia entre el mundo
islámico y el occidental reside no en el credo religioso, ambos muy similares, sino
en la manera que tienen los musulmanes de medir el tiempo.
Nosotros sentimos adoración por el Sol. Nos ilumina y da
vida. Abandonar la visión geocéntrica y comenzar a girar alrededor de la
estrella que nos ilumina, fue una magnífica cesión ante el astro que
denominamos rey. Medimos el paso del tiempo de acuerdo a su regencia. Los
musulmanes no. Ellos constatan el paso del tiempo de acuerdo a la Luna. Se han
acostumbrado a nuestro calendario porque las fronteras son líneas trazadas en
un mapa, y es inevitable establecer relaciones con los vecinos, especialmente
si son poderosos. Pero es mera diplomacia. Tan rabiosos y furibundos como nos
parecen, tan extremistas e intolerantes, y no advertimos que conocen nuestras
costumbres mucho mejor que nosotros las suyas.
A mí hay aspectos de su cultura que me parecen de una
poesía inmensa. Como tener que escudriñar el cielo en busca del primer
creciente tras la luna nueva, en el noveno mes, para que se inicie la
rememoración de la Hégira. Las civilizaciones islámicas siempre manifestaron un
gusto exquisito por el conocimiento y la imaginación. Y ese gusto nos lo
transmitieron. Muchos de nosotros vivimos en una perpetua dualidad mágica, Luna
y Sol. La Luna es el objeto celeste preferido por los poetas. Sus rayos tibios,
índigos, evanescentes, evocan un mundo (lunar) superior a éste tan terrenal (solar)
en que ajamos nuestras existencias. Una evocación consoladora, balsámica,
reconfortadota…
Es una lástima que los derroteros egoístas e interesados, a
todos los niveles, de la humanidad, hayan diezmado ese mundo diverso y
solidario, que se gestó en el humus de las antiguas civilizaciones, de las que todos
nosotros provenimos. Nuestra carrera alocada por satisfacer el máximo
individualismo posible ha ido dejando atrás muchos, muchísimos aspectos
esenciales a la persona. Como el respeto hacia la diversidad y la tolerancia
integradora. Del Islam sólo observamos su fanatismo, su intransigencia, su
segregación y el odio que sienten por nosotros. A cambio, ellos observan
nuestro egoísmo, nuestra arrogancia e insensible avaricia.
El reinado del Sol lo ha cubierto todo con su brillo
enceguecedor. Me pregunto en qué parte del firmamento se esconde la Luna del
Ramadán…