En la hermosa Viena, bajo un calor aplastante y cielos
limpios, se han reunido esta semana las empresas de galvanización de toda
Europa. ¿Y qué?, me dirá usted, lector. Tiene su importancia: no deja de ser un
proceso en el que somos líderes. Pero hay otro aspecto que me ha interesado de
esta reunión austríaca...
La galvanización consiste en sumergir el acero en un baño
de zinc para que lo proteja de la corrosión. Hay mucho acero en el mundo. Es un
material maravilloso, pero presenta un inconveniente: se corroe. Las sillas que
compra para su jardín, habitualmente se las ofrecen pintadas. La pintura es una
forma barata de proteger al acero contra los agentes atmosféricos. Pero no dura
apenas nada. Esas sillas acaban rotas al año siguiente, con chorretones de
óxido recorriendo su superficie. Los ayuntamientos pintan las barandillas, las
vallas… y todo ese acero acaba, tarde o temprano, destrozado. ¡A menos que se
galvanice! El zinc protege al acero durante décadas. Una silla de jardín
galvanizada la podrá disfrutar usted y también sus nietos: estará siempre
impecable. Y, si lo desea, la podrá pintar a capricho para que parezca siempre
distinta. Alrededor de este proceso, está el zinc: un metal esencial para la
salud humana.
Sin zinc, no hay vida. Los galvanizadores lo saben muy
bien, y han promovido junto con la UNESCO una iniciativa alejada de su negocio
habitual: “El zinc salva a los niños (Zinc saves kids)”. Cada año mueren por
diarrea dos millones de niños menores de cinco años en todo el mundo. Esta
cifra representa el 18% del total de las muertes de estos pequeños. La
insuficiencia de zinc en su dieta alimenticia hace que su cuerpo se deshidrate,
pierda fluidos y nutrientes, y finalmente muera. Rehidratar y aportar un
refuerzo de zinc a un niño cuesta menos de 0,5 euros. Es una cifra
insignificante. Y sin embargo, en el mundo la gente sigue muriendo porque este
tratamiento no llega a la población.
Bonito momento éste para ser solidario, ¿verdad? En tiempo
de crisis, como la actual, nos dedicamos sobre todo a salvar bancos, empresas y
nuestro bienestar futuro. Pero no a salvar niños o adultos desfavorecidos
(tampoco lo hacemos en tiempos de vacas gordas). Las cifras insignificantes que
no nos afectan directamente, sumadas todas, nos parecen una temeridad. Las
cifras de muertos en el mundo por pobreza, en cambio, nunca nos parecen
suficientes para reaccionar. Por eso digo ¡bravo!, esta vez, por los galvanizadores.