Como no veo la televisión, he tardado un poco en saber qué
es un Ni-Ni. Ayer leía una noticia en la versión digital de DV sobre la polémica que ha suscitado
uno de esos programas que se emiten por cualquier cadena, donde (literalmente)
unos chavales simularon para la pequeña pantalla una agresión sexual. Avanzando
un poco más en la información escrita se habla de otro programa de televisión donde un individuo (supuestamente famoso) busca pareja, y a quien se critica desde
el Instituto de la Mujer por representar a las mujeres como mera mercancía
sexual a disposición del varón.
Luego quieren (algunos) que yo vea la tele.
Este tipo de polémicas me parecen baladíes en comparación
con la cuestión de fondo: estamos perdiendo el norte. La televisión es el
instrumento perfecto para materializar el sueño de los mediocres: que todos
seamos vulgar y anodinamente libres, tal y como propugnan (en su versión
superficial) el relativismo moderno, para el que todo lo que se cuece es
igualmente válido, y este hedonismo a ultranza que ha barrido de un plumazo la
vindicación del esfuerzo y la búsqueda de la perfección en nuestro acontecer
humano. Ya hace tiempo que vivimos la gran derrota de la inteligencia.
Una sociedad que trabaja sólo para el individualismo, que
entrega a sus ciudadanos todos los recursos imaginables para abolir el
librepensamiento y ensalzar la molicie, no puede ser una sociedad armoniosa.
Por eso nos hemos convertido en tecnológicamente avanzados, e intelectualmente
inútiles. El desprecio por la filosofía, la historia, la obcecación en el
presente y la total desconfianza hacia el esfuerzo y la generosidad, han
labrado el campo donde se prodiga el ocio, después el ocio, y más tarde el
ocio. Trabajamos duro (quién puede decir lo contrario) para tragarnos cualquier
idiotez que pongan en la tele, salir de marcha todos los fines de semana (sin
faltar uno), comprar libros para llenar estantes, e ir olvidando quiénes fueron
Shakespeare, Kavafis o Hegel.
Así nos va. Tantos canales de televisión, tanta memez
encubierta de falsa libertad, tanto egoísmo y tanto ensalzamiento del
individuo, y nos alarmamos porque unos idiotas que alguien convirtió en
famosos, agreden sexualmente a una joven frente a las cámaras, por aquello de
provocar al público. No son tan idiotas. Saben lo que el público quiere, me
temo. Y así, unos y otros, idiotas y público, se van convirtiendo en lo mismo:
Ni cultivados, Ni (mucho menos) razonables.