Apreciado padre:
Hace mucho que no eres mi papá. Eres mi padre. Un padre engendra. Un papá juega
con su hijo, lo lleva de paseo, le ayuda a hacerse adulto. Un papá educa, no se
limita a pagar el colegio. Un papá no maltrata ni insulta, defiende a sus
hijos, les quiere. Te llamo padre porque nunca fuiste mi papá. Destruiste mis
sueños. Me esclavizaste. Me odiaste desde que nací.
Un día, de niña, discutiendo con mi hermano, te despertamos
de la siesta. Enfurecido, me gritaste e insultaste. Presa de miedo ante ti,
corrí a esconderme bajo la cama. Me seguiste con un palo azul. Me sacaste de
debajo de la cama y… No sigo. Prefiero no recordarlo.
Otro día me hice un esguince en el tobillo. Iba con muletas
y con el pie escayolado. Me obligaste a trabajar ese fin de semana. No pude
oponerme. Sabías que los médicos me aconsejaron reposo absoluto. Pero me
obligaste a trabajar. Atendí a los clientes con muletas. Ellos preguntaban qué hacía
allí cuando debería estar en cama. A uno de ellos tuve que cogerle el bajo del
pantalón. Tú estabas libre, pero no me ayudaste. Dejé las muletas, me tiré en
el suelo, cogí el bajo… y me levanté del suelo. Ni siquiera me recogiste la
muleta. Eso no lo hace un papá.
Luego fue peor. Cada día era un infierno constante. Lo más
agradable era oírte llamarme inútil o gilipollas o puta. Como aquel día, siendo
yo universitaria, cuando llevaba un collarín a causa de una terrible contractura.
Era domingo. No soportabas que hiciese reposo. Lo peor no fueron tus palabras. Lo
peor fue sentir tu mirada mientras apretabas mi cuello con las manos, cuando me
tiraste al suelo y quisiste romperme el esternón con la rodilla. Dijiste: “a
que te mato”. Yo te supliqué que lo hicieras. Sólo entonces dejaste de apretar.
Pero no de gritarme. Hubo más veces como ésa. Pero siempre es más impactante la
primera vez.
Soy consciente de que lo tuyo es patológico. Que no lo puedes controlar. Que debiste haber ido a un psiquiatra el primer día. Por eso te perdono todo el daño que me hiciste, pero nada más. Yo sí me he perdonado por no haber sabido luchar contra esto, por no haber sabido enfrentarme a un problema tan grave, por haberme encerrado en mí misma. También he perdonado a quienes pedí ayuda y no me la dieron. Y a la sociedad por no poner fin a esta lacra.
Soy consciente de que lo tuyo es patológico. Que no lo puedes controlar. Que debiste haber ido a un psiquiatra el primer día. Por eso te perdono todo el daño que me hiciste, pero nada más. Yo sí me he perdonado por no haber sabido luchar contra esto, por no haber sabido enfrentarme a un problema tan grave, por haberme encerrado en mí misma. También he perdonado a quienes pedí ayuda y no me la dieron. Y a la sociedad por no poner fin a esta lacra.
Ya no pienso en morir, ni en acabar con mi vida. Sólo
pienso en disfrutarla de un modo que ni tú, ni ningún maltratador, seréis
capaces de disfrutar jamás.