He leído algunas noticias hilarantes en los primeros
desayunos del 2010. Me producen un sarcástico efecto dramático. Hablo, por
ejemplo, de las ganas que tiene el insigne diseñador de la política, ZP, en
querer ser mucho más presidente de lo que ya es. El hombre quiere presidirlo
todo en el viejo continente aprovechando el turno que le corresponde encima del
sillón de prebostes de la cosa europea.
Ganas tiene, sin duda, y no pocas. Imagino que por
enardecimiento del propio ego, porque pretensiones de ejemplaridad espero que
no disponga ni en sus más remotos sueños. Tras el triunfalista titular uno
vuelve a encontrar toda la palabrería huera y afectada que crece machaconamente
en el humus del narcisismo político. Un presidente de Europa para acabar con la
crisis, dicen. Con la crisis que negó, imagino. Con la crisis irremediable e
irreparable, supongo. Lo que tiene la vida, grandilocuente nadería de la cosa
pública. Se me nota mucho la poca gracia que me hace verle en los informativos.
Tendré que aprender a obviar su presencia. No será sencillo. Menos mal que ya
no se siente planetariamente alineado.
Prefiero mi taza de aromático café con leche portugués, tan
preciado en estas Arribes del Duero, antes que seguir trajinando con fruslerías
de personajes acabados. Paso página rápidamente. En la siguiente, con
oportunista ironía, otro verdadero presidente de Europa, el elegido de otros
esta vez, ejercita su egolatría en la vaciedad de un discurso bajo palio. Anuncia
idénticas ganas de acabar con la crisis. Y también un cónclave, un concilio
conclusivo para conjugar, conjuntamente, las continuas concordancias de las
conveniencias. Desde luego, ser presidente de Europa (por favor, qué ridículo
suena todo) parece serio. Y éste, del que no recuerdo ni el nombre, no quiere
pasar inadvertido en los titulares. Le ocurre lo mismo que a nuestro diseñador
político patrio. Uno duda de las capacidades, que no de las voluntades, de estos
prebostes, pero sálvame una buena cosa: la convicción de que esta crisis la iremos
resolviendo los de siempre con impuestos y más impuestos. Sobre este esfuerzo suyo
y mío andan todos esos charlatanes dilapidando nuestro dinero y nuestro tiempo.
A punto de acabar el café con leche, columbro en la página
siguiente el desfile de bragas y calzoncillos en que se van a convertir los
accesos aeroportuarios. Y decido ponerme en forma, o al menos endurecer un algo
la tripita cuarentona. Que no se diga.