viernes, 8 de enero de 2010

Presidencialismo


He leído algunas noticias hilarantes en los primeros desayunos del 2010. Me producen un sarcástico efecto dramático. Hablo, por ejemplo, de las ganas que tiene el insigne diseñador de la política, ZP, en querer ser mucho más presidente de lo que ya es. El hombre quiere presidirlo todo en el viejo continente aprovechando el turno que le corresponde encima del sillón de prebostes de la cosa europea.
Ganas tiene, sin duda, y no pocas. Imagino que por enardecimiento del propio ego, porque pretensiones de ejemplaridad espero que no disponga ni en sus más remotos sueños. Tras el triunfalista titular uno vuelve a encontrar toda la palabrería huera y afectada que crece machaconamente en el humus del narcisismo político. Un presidente de Europa para acabar con la crisis, dicen. Con la crisis que negó, imagino. Con la crisis irremediable e irreparable, supongo. Lo que tiene la vida, grandilocuente nadería de la cosa pública. Se me nota mucho la poca gracia que me hace verle en los informativos. Tendré que aprender a obviar su presencia. No será sencillo. Menos mal que ya no se siente planetariamente alineado.
Prefiero mi taza de aromático café con leche portugués, tan preciado en estas Arribes del Duero, antes que seguir trajinando con fruslerías de personajes acabados. Paso página rápidamente. En la siguiente, con oportunista ironía, otro verdadero presidente de Europa, el elegido de otros esta vez, ejercita su egolatría en la vaciedad de un discurso bajo palio. Anuncia idénticas ganas de acabar con la crisis. Y también un cónclave, un concilio conclusivo para conjugar, conjuntamente, las continuas concordancias de las conveniencias. Desde luego, ser presidente de Europa (por favor, qué ridículo suena todo) parece serio. Y éste, del que no recuerdo ni el nombre, no quiere pasar inadvertido en los titulares. Le ocurre lo mismo que a nuestro diseñador político patrio. Uno duda de las capacidades, que no de las voluntades, de estos prebostes, pero sálvame una buena cosa: la convicción de que esta crisis la iremos resolviendo los de siempre con impuestos y más impuestos. Sobre este esfuerzo suyo y mío andan todos esos charlatanes dilapidando nuestro dinero y nuestro tiempo.
A punto de acabar el café con leche, columbro en la página siguiente el desfile de bragas y calzoncillos en que se van a convertir los accesos aeroportuarios. Y decido ponerme en forma, o al menos endurecer un algo la tripita cuarentona. Que no se diga.