Creía estar viviendo en Laponia, al ver toda esa nieve abundante, copiosa, revestimiento de los verdes montes y las calles sucias. El asombro de las gruesas alfombras blancas, casi repentinas; el frío intenso, que hiere la piel; la paciencia del deambular cuidadoso, siempre vigilante… en todas sus evidencias, el invierno mantiene su imperio sobre la fragilidad del ser humano.
Pienso, sinceramente, que en este país veníamos necesitando
inviernos así. Robustos, exigentes, poderosos. Inviernos de bravura. Uno ha
crecido todos estos años escuchando a los mayores las historias del frío y la
nieve, siempre copiosa en su memoria. Ahora nos toca vivir para recordar en el
futuro. Recordar este frío, este aire polar que congela carreteras y
aeropuertos, entradas de colegios y accesos al trabajo, que arrastra nieve
suficiente para construir muñecos, y que nos pasma tras los cristales.
He citado, hasta el momento, razones emocionales,
tremendamente intimistas. Pero podría enumerar muchas otras, más objetivas y
analíticas. Por ejemplo, el importante incremento del agua embalsada. La reserva
hidráulica nacional supera el 60 por ciento de su capacidad total. Pero, a
cambio, el problema del agua, tan regional como insólito, no hay nevada que lo
resuelva. Otro ejemplo, quizá un poco más intencionado, lo contemplamos en la
perplejidad ciudadana del frío que no puede asociar al calentamiento global. Incluso
antes de que abramos la boca quienes queremos guiñar un ojo a los teóricos del
cambio climático, por aquello de enfuruñarles con una simpatía mientras les caen
copos de nieve sobre los hombros, éstos ya nos han informado de que no es lo
mismo tiempo que clima, que estas nevadas son una variación natural del clima,
que el cambio climático no tiene nada que ver. Ya no puede uno ni aliviar la
crueldad del debate con una ironía… Pero, cosas que tienen las porfías, cuando
hace más calor en verano, bien que se apuntan ellos al marketing del
calentamiento global anunciando las responsabilidades del clima sobre las altas
temperaturas y las pertinaces sequías…
Aún queda mucho invierno, y espero que unas cuantas nevadas
por caer, también. Abríguese usted bien, lector, cuando salga a la calle. Tenga
cuidado al pisar. Y si realmente quiere palidecer de frío, un frío anímico
capaz de congelarle el alma y el aliento, escuche a José Blanco en el momento
de informar al ciudadano de cuál es el sueldo medio de los controladores de
Aena. Escuche.