La explosión de la burbuja Internet hizo que, en 2001, en Estados
Unidos se bajase en dos años el precio del dinero del 6,5% al 1%. Esto produjo
una embriaguez insultante en el mercado inmobiliario. En 10 años, el precio de
las viviendas se multiplicó por dos. Los bancos daban préstamos a bajo interés.
Para compensar estos bajos beneficios, decidieron aumentar el número de hipotecas.
Y empezaron a conceder créditos a gente de supuesto riesgo, por un valor superior
al de las viviendas adquiridas: el boom inmobiliario todo lo
revalorizaba en cuestión de meses. La gente pagaba las hipotecas, se compraba un
coche, hacían reformas, se iban de vacaciones. Y si necesitaban dinero, vendían
su casa. Un mundo feliz.
Con tanto préstamo, a los bancos se les acabó el dinero. Y
acudieron a bancos extranjeros para que les prestasen el dinero que les
faltaba. El dinero de mi nómina comenzó a ser invertido en un banco de Texas para
que éste lo prestase a un cliente de hipotecas subprime. El presi de mi banco sólo
sabe que tiene inversiones en un banco importante de Estados Unidos. Otro mundo
feliz.
Esta ingeniería financiera incumple muchas normas
internacionales. Y en lugar de hacer las cosas bien, los del dinero se
inventaron magia financiera para limpiar la cara de los bancos y crear fondos
fantasmagóricos. Pero los de mi banco siguen saliendo en prensa hablando con
orgullo de sus inversiones internacionales, de las que en realidad no tienen la
más mínima idea. Y todo por creer que el mercado inmobiliario jamás dejaría de crecer.
O eso creían.
En 2007 los precios de las viviendas se desploman. Muchos
dejan de pagar sus hipotecas. Todo el montaje se va hundiendo y un día, el
director de mi sucursal me llama para decir que se esfumó el fondo de
inversión. Los bancos, conocedores de la porquería que adquirieron en sus
negocios internacionales, desconfían unos de otros. Se prestan el dinero entre
ellos cada vez más caro. El Euribor sube. Los bancos dejan de conceder hipotecas.
Las constructoras no venden. Los bancos venden sus participaciones en empresas,
venden sus edificios, hacen campañas con inmejorables condiciones para mi
dinero. Mi hipoteca ya está por las nubes. Por eso voy menos al hipermercado y,
cuando voy, dejo de comprar mantequilla de calidad. El hipermercado le compra
menos al proveedor de mantequilla. El proveedor de mantequilla de calidad comienza
a despedir trabajadores. Aumenta el paro.
Y lo peor. Nadie sabe aún cuál es la magnitud de
la crisis. Los políticos aparecen en la tele con cara de panolis. Mi banco, que
era decente y de toda la vida, no sabe en qué ha invertido mi dinero. Nadie se
fía de nadie. Lo llaman crisis de confianza. Pero es una gran estafa. Porque eso es justamente lo que es.