No sé a usted, lector. Pero a mí, me
ofende (y mucho) que una ministra del Gobierno comparezca en el parlamento para
decir las primeras tonterías que se le han ocurrido respecto a algo. Porque eso
es, y no otra cosa, lo que la ministra de Igualdad ha proferido en relación a
un tema de su competencia. Un tema muy serio, y muy grave: las agresiones y
maltratos hacia la mujer. La oposición ya le ha echado en cara que les cuente a
sus señorías ocurrencias felices respecto a la denominada violencia de género. En
concreto, lo del teléfono para desahogo de maltratadotes. Propuesta que, por
cierto, en dos o tres días ya ha sido aclarada, matizada, corregida y
enmendada. Es de una ingenuidad atroz hacernos creer que un teléfono pueda
dialogar eficazmente con un energúmeno, en realidad un criminal, dispuesto a
matar a su pareja. En todo caso, este imbécil embrutecido y lesivo, hará uso
del tal teléfono cuando, arrepentido, pues siempre se arrepienten (pero tarde),
llame para decir que él ha cometido un asesinato. Y que otra mujer, otra más,
esta vez la suya o ex- suya, engrosa desde ese instante la pavorosa estadística
de mujeres muertas por culpa de los hombres.
Crear un número de teléfono para que
maltratadores y agresores canalicen su furia y su violencia, no resuelve nada. No
sirve para paliar un hecho evidente, alojado en nuestra sociedad, y difícilmente
extirpable, por lo que se ve. Y vale. Aceptemos alguna innovación. No se
equivoca del todo la ministra al hablar de promover reflexiones
conducentes a entender mejor los nuevos roles de la masculinidad del
siglo XXI. Pero sí se equivoca cuando distrae su atención hacia el objetivo más
firme que debería atajar. Que no es sino el de combatir conductas y
comportamientos que se nos antojan medievales, que aún persisten y que, lejos
de disminuir, no dejan sino de aumentar.
No por muchas veces dicho vamos a dejar de
insistir en ello. Por la calle se pasean hombres con el odio latente y oculto.
Odio manifestado en celos obsesivos, acosos irracionales, agobios insoportables, intolerable
misoginia nacida de un irracional sentimiento de posesión. Edúquese a nuestros
hijos en la igualdad de oportunidades y derechos. Cuando sean adultos, educarán
a sus hijos, nuestros nietos, en esos mismos valores. La siguiente generación,
tendrá mucho más asumido que hombres y mujeres son seres iguales, libres e
independientes, y que ni siquiera algo tan humano como el amor sirve de excusa
para conculcar este principio. Y mientras ese futuro va llegando, en nuestro
presente, luchemos los hombres junto con las mujeres para allanar el camino.
Señalemos con el dedo a los agresores y acosadores y maltratadotes. Llamémosles
lo que son. Que cada vez puedan ocultarse menos de la mirada de las gentes.