viernes, 16 de mayo de 2008

Hijos de los tricornios

En la casa cuartel de Legutiano vivían catorce o quince familias, casi todas con niños pequeños. ETA decidió matar no solamente a los portadores del tricornio. No solamente a los miembros de la Guardia Civil, azote continuado de los terroristas. ETA decidió matar también a sus hijos.
Llevan 40 años asesinando. Comenzaron atacando a una dictadura, para convertirse ellos mismos en dictadores. Ya no hay caudillo al que combatir. Ya no hay opresión alguna con que justificar los asesinatos. Lo que hay es una sociedad próspera. Una sociedad que habla el mismo euskera implícito en las demoníacas siglas de la muerte y el horror. Los asesinos, en cada bomba, en cada muerte, lo único que consiguen es impedir que Euskadi sea valorada (subjetivamente) en su justa medida.
Lo políticamente correcto es decir que no. Que Euskadi no es ETA. Que unos pocos no pueden imponer su desquiciamiento y dictadura a una sociedad cívica, valiente y libre. Y no lo hacen, cierto. No se imponen a la libertad del pueblo vasco. Ni a su identidad. Ni a su cultura. Ni a su historia. Pero Euskadi no es solamente lo que une a las tres provincias vascas. Euskadi es también lo que los demás, los que no viven en Euskadi, piensan de ella. Y la realidad (subjetiva, no me canso de repetirlo), lo que ha permeabilizado en 40 años, es el ensuciamiento atroz de la imagen de Euskadi por culpa del terrorismo etarra.
Al final, uno se pregunta qué diablos quieren estos terroristas. Para qué tanta sangre y tanta locura. Quizá ni ellos mismos lo sepan ya. Y nunca lo sabrán, me temo. Puede que tengan unos cuantos incondicionales. De esos que, sin matar, ocupan espacios en prensa y en ayuntamientos. Pero los terroristas son como perros enfurecidos. Probablemente ni ellos mismos se dan cuenta de la mierda inmensa en que han convertido sus vidas. Porque las vidas de quienes son asesinados por ellos están cubiertas de gloria, triste, sí, pero digna y valiente. A sus asesinos, en cambio, que no aportan nada a Euskadi, que no hacen nada por esta sociedad, les espera solamente el olvido. Aparte de la cárcel. Qué lamentable es tener una vida que los demás quieran olvidar. Qué lamentable darle un cerrojazo a todo lo que el desarrollo personal hubiera conseguido de haber decidido ellos ser personas, y no animales. A esto conlleva la estupidez de empuñar una pistola o arrojar una bomba.
Y ya vale, que hace mucho tiempo que alcanzamos el hartazgo. Hartazgo de que todo quede indefectiblemente ensuciado por lo que digan y hagan (o sea, maten y destruyan) los terroristas. Hartazgo de que, en cada muerte, y todas son muertes inocentes, la pesada losa del terrorismo enturbie más y más lo que esta hermosa Euskadi es y siempre ha deseado ser.