viernes, 14 de septiembre de 2007

Google, que estás en los cielos

Fue este pasado domingo. Cenaba en Irún con unos amigos. Durante la sobremesa me comentaron que ahora se puede observar el cielo y las estrellas a través de la sorprendente biblioteca de Babel llamada Google.

Mirar el cielo. El más poético anhelo del Hombre. Así nacieron la ciencia y la filosofía. Lo desconocido. El orden de la naturaleza. El misterio de la revelación divina. Es el cielo un territorio acostumbrado a la precisión, pero también al caos. En el camino por desvelar sus misterios, la humanidad ha logrado en él sus más extraordinarios avances. De su negrura hemos deducido que el cielo no es infinito. Es tan inmensa su presencia, empero, que siempre hemos creído que las almas suben a él. Que todo lo bueno reside allá arriba, inalcanzable. Ignoramos que en él se albergan también los infiernos, ocultos bajo el halo mortecino de la negrura eterna. Cuántas veces me pregunto la razón por la que buscamos santos, ángeles y dioses en nuestro cielo. Los misterios del hombre siguen ahí y no tienen carne divina. El universo le habla al ser humano a través de preguntas formidables, que incapacitan nuestras respuestas más firmes. Siempre nos ha hablado así. Es nuestro progenitor...

Se repite asiduamente que somos hijos de las estrellas. Y es verdad. De las estrellas ha nacido todo lo que hay, lo que hubo, lo que alguna vez habrá. Las estrellas son violencia y energía. Inmensos hornos donde la materia compleja se origina a partir de otra materia más sencilla. Nuestros cuerpos mismos no son sino restos de estrellas que ya no están ahí. No parecen nada los astros, y sin embargo son nuestros padres.

Recuerdo una vez, cierta vez, en que alguien me dijo que las estrellas no son sino puntos blancos proyectados en la cúpula celeste. Que eso es el cielo, y no otra cosa, y que solamente a tal cosa deberían dedicarse los planetarios y las aulas de astronomía. Profunda simpleza. Por fortuna, el siglo XXI devuelve ojos al hombre para ahondar en lo que acecha tras el velo negro del empíreo. Hemos construido la tecnología más avanzada para mirar mejor. Porque deseamos contemplar los magníficos arabescos que se forman alrededor del ojo de la Nebulosa del Gato. O la manera en que se arraciman las galaxias cuando chocan entre sí a lo largo de los eones. O el halo azul hipnotizador con que se manifiesta la materia oscura. O los ecos fantasmagóricos de las formidables erupciones estelares. ¡Oh, sí!, desde luego que sí. Podemos alcanzar a observar en los confines del universo. Y ahora, Google nos lo sirve a domicilio. Desconfíen de quien mantiene el obstinado empeño de los puntos blancos, sin mostrarle nada más. Kepler y Copérnico también hubieran querido mirar a través del Hubble.