viernes, 31 de agosto de 2007

Sinceridad y desinterés

1942. El Diario Vasco. Culminaba Pedro de Lorenzo una serie de artículos sobre Azorín, preguntándose por su consecuencia e inconstancia en el pensar. El viejo escribidor, pequeño filósofo, como gustaba de decir, le responde eso de que usted, hoy, no piensa como ayer. Porque hoy no es lo mismo que ayer. Y lo que verdaderamente importa es la sinceridad y el desinterés. Ha transcurrido una vida entera desde aquellas palabras y no parece que hayamos aprendido sino a contemplar la cosa pública como una pasión indeclinable de constancias e inconsecuencias.

Me preocupa la sinceridad. Está cada día más ausente de los programas políticos de Euskadi. Me preocupa tanto como el desinterés. Tras el velo brumoso y frágil de un Gobierno Central que sufre en casi todas las acciones políticas que ejecuta, no se observa en el horizonte vasco sino anticuadas ideas de un pasado interpretado reiteradamente desde el interés.

Sabían los antiguos griegos que las líneas paralelas intersectan en el infinito. Esta convergencia, que no es real, permite mirar a un único punto. Pero no ocurre así bajo el mandato pro-independentista, para el que los arcenes de todos los caminos divergen. Olvidando incluso que, a causa de esta divergencia, todavía resuenan voces absolutistas y autoritarias en los montes de esta tierra. El presente de Euskadi parece forzado hacia la hipotética construcción de una nación que nunca lo fue. Para lograrlo, el esfuerzo gobernador se empeña en la deconstrucción, como en la cocina de moda, de todas las rutas del pasado. Se imponen como rutas del futuro algunas que hace tiempo fueron abandonadas por impracticables y obsoletas.

Mal asunto que los vascos hayan de transitar por tales caminos. El carácter vasco es de liderazgo, de empeño y tradición aunados. Y de fuerza. Nada hay que represente tanto la fuerza de una sociedad como su libertad y su unión. En lugar de unir a un pueblo que, por muchos motivos, podría liderar al resto del Estado, las nuevas rutas del gobierno autonómico han logrado ahondar en la desunión de sus ciudadanos. Es el efecto nocivo de querer conjugar en una misma perífrasis el sentir identitario de un pueblo y la confrontación con lo que les parece antiguo. Es el efecto nocivo de pretender que lo antiguo siempre proviene de la N-I, claro está.

La idea de un nacionalismo que logre su propósito mediante una lenta convergencia, coeva con el devenir del resto del Estado, obrando sin ruido y con inteligencia, parece una quimera en las mentes de quienes nos gobiernan. De ahí que me entusiasme, moderada pero inequívocamente, las palabras que leo en la pluma del aún joven presidente del PNV. Lo llama transversalidad porque, respetuosamente, parece querer evitar llamarlo sensatez.