jueves, 12 de abril de 2007

Enamorarse

Los antiguos griegos representaban al dios Eros como un niño ciego, sordo y caprichoso. Caprichoso porque ama tan pronto como deja de amar. Ciego porque cuanto más viva es una pasión, más lejos nos encontramos del pensamiento reflexivo. El enamorado es víctima de una acción externa sobre la que no puede ejercer ningún control. No es libre. En la Grecia antigua un enamorado no es responsable de sus acciones. Desde entonces el amor se contrapone con frecuencia a los valores éticos. Hoy día esta escisión se ejemplifica en las relaciones que calificamos como controvertidas. 
Se suele decir “ha surgido así" y otra justificación se nos antoja filistea. Convendrán conmigo en que, aunque resulte complicado decidir sobre un sentimiento, sí es lógico aceptar que tenemos capacidad de decidir sobre las acciones que le siguen. Las emociones forman parte de un contexto cultural y también se construyen socialmente. Que el amor haya sido inscrito lo irracional hace que científicos y filósofos recelen de reflexionar a partir de explicaciones alejadas de la psicología individual. Considerarlo como algo irracional ha contribuido en mucho a unir amor y sufrimiento. El romanticismo, exaltando la pasión amorosa y sus desdichas, da a entender que los goces que no producen dolor son expresiones sin sentido. 
En las antípodas de este pensamiento, Erich Fromm expone que el amor es un arte y, como tal, una acción voluntaria que se emprende y se aprende, no una pasión que se impone contra la voluntad de quien lo vive. Proviene de Platón el mito de que existe una media naranja para cada uno de nosotros. Que existe un “amor de mi vida”, una y sólo una persona a la que podremos amar, que completa nuestra identidad y a quien reconocemos inmediatamente apenas se cruce en nuestro camino. Este concepto se vincula con otro mito que también ha llegado hasta nuestros días. El ciego y caprichoso Eros hiere con sus flechas y enamora instantáneamente. Si el amor no surge a primera vista, no podrá surgir más tarde. El flechazo hipnotiza y fascina con una primera intuición ante la que se "cae" enamorado. En la mitología griega no hay amores que surjan de otra manera. Como toda intuición, el flechazo es falible y supone altas dosis de idealización. Confiar ciegamente en una intuición expone a desencantos. 
De una u otra manera, lo cierto es que la experiencia amorosa es variada y rica. Algunos aman a fuego lento, serenamente. Otros se apuntan al flechazo. El amor puede nacer con la necesidad o el conocimiento, con la reflexión o la intuición, con el descubrimiento paulatino, o el inmediato. Pero es sin duda la capacidad más asombrosa del ser humano y su disposición a crear emociones y vivirlas.