Toda la parte central de la península se ha cubierto de nieve y frío. Un frío gélido, cabrón (que diría García Márquez), capaz de aterir pingüinos. Lo llaman ola por otras similares con perspectiva no sé si histórica (cosa que dudo) o geográfica. Porque oleadas, como tales, no hay: se trata de una única onda que alcanza, embiste y continúa su camino hacia otra parte.
El
frío consigue olvidar que hay muchos problemas en el mundo. El virus ahí sigue,
impertérrito e inaccesible al desaliento, aterrorizando por oleadas (este sí).
Ayer pocos, hoy muchos: las cifras van y vienen con la marea. Sabemos de su
morbilidad, pero la yatrogenia no está clara. La devastación, soterrada en los
esfuerzos por salvar vidas, es mucho mayor de lo que admiten quienes nunca la sufren
y no aciertan ni saben cómo mitigar. Agarrados al clavo ardiente de las vacunas,
que llegan (estas también) por oleadas, una tras otra, la ilusión política del ARN
inoculado se contrapone al escepticismo general. Todos imploran que termine
esta undécima plaga. Todos saben que va para largo aunque casi nadie lo admita.
Pero vacunar nonagenarios da puntos en el carné.
Allende
los mares se han desembarazado del ricachón presidencial que alentó a unos
tipos entresacados de una feria de idiotas. En esto, como en tantas otras cosas,
el país que ha fagocitado todo un continente no deja de exportar bobadas dignas
de la estupidez del Halloween. Pero no me preocupa la Casa Blanca. Menos aún vistas
las barbaridades capaz de hacer un Sánchez cualquiera. Sí me inquieta que, de
repente, las redes se hayan confabulado para censurar mangarranes que no profesan
la hermenéutica del neodecálogo del Sinaí: tolerarás al prójimo mejor que a ti
mismo (aunque sea injusto), no consentirás pensamientos impuros (dizque
fascistas), maldecirás al rico (salvo al dueño de feisbuc), amarás a tus siglas
(políticas) por encima de todas las cosas, etc. La penitencia es el destierro
(de las redes). Yo hace tiempo que me expulsé sin contemplaciones de ese paraíso
y sigo feliz con mi alejamiento, sin querer mirar atrás. Les invito a hacer lo
mismo.
Comienza
bien el año. Nevando mucho. Todo lo malo va de reata: las máscaras, los hoteles
vacíos, las estúpidas reconvenciones por nuestra irresponsabilidad, las cifras sesgadas
en cualquier tema, las agrias disputas parlamentarias, los insultantes programas
de la televisión, el papel (anti)higiénico agotado (vaya tela), la lingüística
inclusiva, etc. Nada va a cambiar en este año de nieves. Por desgracia.