Se agradece que algunos efectúen estudios comparativos para concluir lo que ya sabemos. En el caso de las Matemáticas, la escasez de alumnos (y profesores) conspicuos. Nos situamos, en esta materia, al nivel de Armenia y en profundidades simadas si nos comparamos con Singapur (lugar fascinante donde, empero, yo no querría vivir). Se da el agravamiento de que el grueso del alumnado español conforma un nutrido pelotón de cola y la cabeza, donde se situaría la excelencia, es constituida por unos pocos, y cada vez menos.
Dicen algunos que la carencia de profesores con gusto por
las Matemáticas es razón de su hispánica futilidad. No me sorprendo. Desde que
oyera a aquella opositora a profesora justificar su manifiesta incultura porque
-decía- lo importante es aprender a enseñar aun sin aprender lo que se enseña, supe
que el desastre cohabitaba en nuestras vidas. De ahí que dispongamos de
presidentes gubernamentales cuyos mendaces doctorados no han trascendido en conocimiento
alguno de provecho. Acaso la solución estribe en regalar los títulos, aun los
más egregios, como se pretende en la la última y enésima ley educativa. Aunque luego
no sirva de mucho, por lo menos la pared del pisito queda engalanada.
A la gente no le gusta las Matemáticas. Eso está claro. La
mayoría la pinta como un hueso duro de roer y es incapaz de hallar dulzura en el
álgebra o el cálculo. Ensoberbece pensar que, a quienes sí sentimos devoción
por ella, se nos pueda considerar incluso inteligentes. Cosa que no es cierta.
Pero algo falla cuando una herramienta tan fundamental, que lo mismo se
encuentra en los cálculos para colocar ministros en la termosfera como en las
búsquedas de Google, se tenga por enredada e incluso incomprensible. El
currículo matemático lleva años achicándose y seguramente aún se pueda reducir
más (y mejor), como sucede en tantas otras materias, pero convendría realizar
el esfuerzo de evidenciar su utilidad, su importancia, su sencillez (ya sé que
suena extraño) y su versatilidad, dejando a un lado el oprobio de examinar con un
límite calculado por la derecha o por la izquierda cuando maldita sea si se
entiende bien la razón de que deba hacerse algo tan extraño.
Podríamos eliminar las mates y nuestra incultura y analfabetismo
funcional no experimentarían diferencia significativa alguna. Ya está pasando con
el vocabulario, cada vez más exiguo. Por eso: engrosemos aún más el pelotón de
cola, Singapur queda lejos y el buen vivir no necesita conocimientos, solo subsidios.