viernes, 4 de diciembre de 2020

Iconoclastia total

Como la Historia de España es un rollazo, elimínese de los colegios. Está rebosante de matanzas y machistas. Sobra toda salvo, acaso, los pueblos preíberos, cuna de tantos patriotas que hoy día quieren salvar la malhadada piel de toro de su infame destino, y la idílica II República, con su bienintencionada revolución de octubre del 34, aplastada por fascistas, la proclamación independentista de Companys y la poética justicia en Mondragón contra los capitalistas Marcelino y Daboberto. El resto es un deambular de colonizadores, responsables ellos de exterminar las raíces neolíticas; de monarcas absolutistas, como los herederos de los Capetos que, por descontado, no nos representan; de conquistadores sedientos de codicia y xenofobia, malditos sean esos castellanos y extremeños, andobas que, por puro azar, han regido los destinos de todos los demás, con lo guapos y listos que somos los demás: son fascistas y traidores que incluso nos han impuesto una lengua con cuya demolición alcanzaremos la legítima equidad tras décadas de opresión lingüística y religiosa.

Y digo yo. Enardecidos con esta fiebre iconoclasta, actuemos también en las historias de los hechos diferenciales, no sea que un día cambien las tornas y los que vengan detrás los enseñen de modo distinto. Sin libros de texto solo cabe la tradición oral y, por ende, su perpetuación mitológica. Por ejemplo, la historia de Euskal Herria, aun casi inexistente, se puede resumir en un cuadrito al margen de color terroso y sin mención alguno a la ETA. Mucho cuidado con los Blanco: se acepta la grandiosidad de lo de Carrero, pero hay que acallar lo de Miguel Ángel. Y para la historia de Cataluña, que es de recientísima invención toda ella, casi es preferible enseñarla junto con la literatura de ciencia ficción: de tan divertida a lo mejor pasa lo mismo que con el caballo del Benítez, que la gente se empezó a creer aquel disparate de lo bien escrito que estaba.

Del resto de diferenciadores, mejor omitirlos. Total, de los gallegos no se sabe si van o vienen: en lugar de su historia, mejor subvencionamos un concierto de fados y otro de música celta. Y respecto a Andalucía, que casi se nos vuelve nación en tiempos republicanos, la dejamos como paraíso de vagos, guitarras y palmas. Canarias ya tiene bien tiempo y en Valencia hay naranjas. Van sobrados.

 Promúlguese en una nueva ley educacional, que hasta ahora nunca nadie acertó con la clave, y la clave está en ocultar todo aquello que una vez nos condujo a escribir esta columna.