Es posible que a estas horas usted sepa ya si le ha tocado un
pellizco (o un premio) de la lotería navideña. Lo siguiente es averiguar en qué
localidades hay gente saltando de alegría ante las cámaras y festejando con cava
(siempre me he preguntado si los saltos continúan una vez que las televisiones
han partido), al margen de las tonterías que siempre se dicen: afrentosa
situación para todos, excepto los premiados, a quienes nunca parece importar la
exhibición de acto tan risible. Uno acaba pensando que la lotería es una
patraña que debería trasegarse solo en solitario.
Es posible que a estas horas usted sepa ya quién va a ser el
próximo muy honorable presidente de Cataluña, ese lugar erigido como nueve
círculos infernales donde toda esperanza ha sido abandonada. Uno llegó a pensar
que estos últimos 55 días serían muy diferentes a los de Pekín y que los
“bóxers” dejarían de pedir la expulsión de todos los extranjeros. Pero no,
durante la campaña hemos redescubierto el odio, los insultos, el fanatismo, el veneno...
¿Acabará alguna vez este afán revanchista, esta violencia intelectual, esta
oclusión de la razón? No es de extrañar la desesperanza cívica de quienes
transitan caminos de amplitud. Lo cierto es que yo mismo no busco, ni deseo,
escuchar más patrañas secesionistas.
Es posible que a estas horas usted sepa ya qué regalos va a
entregar a los suyos o esté con ansia verdadera de salir a las calles,
transitadísimas, y buscar por entre escaparates y expositores aquel presente
que todo el mundo ofrece pensando unánimemente que es un testimonio único de
afecto y cariño. Ahora que todas las ciudades se han llenado de las mismas
tiendas (multinacionales), las mismas patrañas y las mismas asechanzas
mercantiles, así provengan de Arteixo o de Småland, a los ciudadanos solo nos
queda el silencio interior para sentirnos distintos ante el escrutinio ajeno.
Por mi parte, hace muchos años que pienso que el mejor regalo navideño es no
hacer regalo alguno.
Y es posible que a estas horas usted ya sonría exultante
pensando que, por fin, llegó Navidad. A mí me pasa. En casa, en mi pueblo, nos
reunimos muchas veces al año, pero algo tienen las navidades que a todos nos
concita alrededor de la casa ya solo materna y a ninguno disgusta el árbol, el
Belén, las luces o los turrones. Y que sea por mucho tiempo. Queco tiene ya 13
años. Yo voy camino de los 50. El tiempo pasa. Pero siempre hay un 25 de
diciembre. Feliz Navidad. Sin patrañas.