viernes, 22 de diciembre de 2017

Patrañas de Navidad

Es posible que a estas horas usted sepa ya si le ha tocado un pellizco (o un premio) de la lotería navideña. Lo siguiente es averiguar en qué localidades hay gente saltando de alegría ante las cámaras y festejando con cava (siempre me he preguntado si los saltos continúan una vez que las televisiones han partido), al margen de las tonterías que siempre se dicen: afrentosa situación para todos, excepto los premiados, a quienes nunca parece importar la exhibición de acto tan risible. Uno acaba pensando que la lotería es una patraña que debería trasegarse solo en solitario.
Es posible que a estas horas usted sepa ya quién va a ser el próximo muy honorable presidente de Cataluña, ese lugar erigido como nueve círculos infernales donde toda esperanza ha sido abandonada. Uno llegó a pensar que estos últimos 55 días serían muy diferentes a los de Pekín y que los “bóxers” dejarían de pedir la expulsión de todos los extranjeros. Pero no, durante la campaña hemos redescubierto el odio, los insultos, el fanatismo, el veneno... ¿Acabará alguna vez este afán revanchista, esta violencia intelectual, esta oclusión de la razón? No es de extrañar la desesperanza cívica de quienes transitan caminos de amplitud. Lo cierto es que yo mismo no busco, ni deseo, escuchar más patrañas secesionistas.
Es posible que a estas horas usted sepa ya qué regalos va a entregar a los suyos o esté con ansia verdadera de salir a las calles, transitadísimas, y buscar por entre escaparates y expositores aquel presente que todo el mundo ofrece pensando unánimemente que es un testimonio único de afecto y cariño. Ahora que todas las ciudades se han llenado de las mismas tiendas (multinacionales), las mismas patrañas y las mismas asechanzas mercantiles, así provengan de Arteixo o de Småland, a los ciudadanos solo nos queda el silencio interior para sentirnos distintos ante el escrutinio ajeno. Por mi parte, hace muchos años que pienso que el mejor regalo navideño es no hacer regalo alguno.
Y es posible que a estas horas usted ya sonría exultante pensando que, por fin, llegó Navidad. A mí me pasa. En casa, en mi pueblo, nos reunimos muchas veces al año, pero algo tienen las navidades que a todos nos concita alrededor de la casa ya solo materna y a ninguno disgusta el árbol, el Belén, las luces o los turrones. Y que sea por mucho tiempo. Queco tiene ya 13 años. Yo voy camino de los 50. El tiempo pasa. Pero siempre hay un 25 de diciembre. Feliz Navidad. Sin patrañas.