Por las mañanas salgo un par de horas a machacar las
piernas por las carreteras de las Arribes del Duero. Da gusto pedalear a buen
ritmo, en solitario, por estas tierras que tan bien conozco. Las carreteras
secundarias siguen siendo, en muchos tramos, más caminos agujereados que firmes
pavimentados, lo que ralentiza considerablemente la marcha. Pero los aromas del
campo agostado, el silencio del sol o el silbo rumoroso del viento que orea
encinas y robles compensan con creces los estragos del duro sillín y el dolor
que acaba por atenazar las rodillas y gemelos al exigir más rendimiento.
Para mi satisfacción y seguridad, compruebo que este año
los automóviles sí se apartan de mi bicicleta la distancia que marca la DGT. Las
noticias han surtido un efecto benéfico para nosotros, los ciclistas. Aunque no
todos actúan con idéntica prudencia: los vehículos más viejos, aquellos que se
distinguen fácilmente porque sus matrículas comienzan aún con SA (de Salamanca)
y que suelen ser conducidos por lugareños a quienes las normas de tráfico
quedan muy lejos y las nuevas recomendaciones en la ignorancia, siguen
acercándose a mi cuerpo cada vez que se topan con mis pedales en una recta o un
rellano (en las curvas y rasantes guardan cierto alivioso miramiento).
En la huerta hemos arrancado los garbanzos, este verano
menos productivos que el pasado, y aguardan las patatas para uno de estos días.
Los tomates y pimientos muestran un aspecto fecundo y jugoso pese a las lluvias
fuertes de julio, que detuvieron la maduración habitual de los productos de la
huerta. Uno de los guindos se ha desgarrado de arriba abajo, no ha soportado el
peso de su tronco escorzado, y las ramas de los ciruelos parecen un ejercicio
de puntillismo de tanto fruto como pende de ellas.
Este año en casa se observa una felicidad casi primordial,
pese a que alrededor el pueblo sigue su lento proceso hacia el olvido. Creo que
es por el sol y el calor, que parecen más naturales y no efecto de un calentamiento
planetario imposible de paliar. Mi madre sigue escuchando las noticias por la
tele y parece galvanizar adecuadamente los positivos datos económicos.
Cataluña, que espere.
Cuando lean esta columna estaré seguramente terminando mi
pedaleo matutino. No tengo playa (tampoco me gusta) y me falta el verde
guipuzcoano para sentirme como ustedes. Pero mis veranos son así, y me gustan.
De campo y familia y bicicleta. Como un vertido continuo de sensaciones
imprescindibles.