viernes, 11 de agosto de 2017

Independencias

Lo de Cataluña es, sencillamente, de traca. Los partidarios del independentismo no descansan ni en agosto de decir tonterías. Cualquier noticia es parte de la gran noticia. Desde la pretendida orquestación gubernamental del conflicto del Prat a las manifestaciones de que ser catalán en España es algo parecido a ser gay en Marruecos, todo vale. Lo peor es que nadie manda callar la boca, pero no porque estén todos igual de enloquecidos, sino porque en cada nuevo registro de la antología del disparate que están perpetrando hay una razón más para llenar el saco de los motivos secesionistas. No es diarrea mental (tal vez sí): es seguir acumulando razones, no importa de dónde procedan.

Vean si no los disparates del Institut de Nova Història, para quienes Cervantes, Colón o Miguel Servet nacieron con barretina y el Lazarillo de Tormes fue traducido a lengua castellana y el original, en catalán, destruido por miedo a la Inquisición. Suena esperpéntico, pero en otras ocasiones da puntadas aparentemente finas como lo de que Cataluña está imbricada culturalmente con el imperio carolingio. En realidad, da lo mismo que induzcan a la risa con estas memeces o a consultar la enciclopedia para encontrar vestigios de protohistoria: siempre alguien habrá que piense que estas afirmaciones tienen su ijada en lugar de hilaridad. Es lo que tiene la búsqueda de raíces milenarias inexistentes: evoca una trascendencia inalcanzable para los demás.

Nos hemos acostumbrado a vivir con dosis diarias de desatinos, tan perseverante que ya es difícil aseverar si hay cimientos sólidos bajo los pies. Ha pasado el tiempo y el edificio, por endeble que sea, sigue en pie y amenazante. Como ya dijera en esta columna hace un tiempo, en la independencia de Cataluña se han reunido varios factores, pero decisivamente uno: el rechazo de la Generalitat, durante la crisis económica, a llevar a cabo dolorosos ajustes presupuestarios. Luego vino la polarización social, el populismo de una calle siempre presente, la demagogia política y la exacerbación de un sentimiento diferenciador que, por subjetivo que sea, parece superior a toda otra consideración.

Dice Puigdemont que Cataluña, lejos de tener miedo, inspira miedo. A mí el miedo, realmente, me lo imbuye la constatación de que los desatinos pro-independencia siempre quedan escritos con renglones firmes en páginas muy sombrías donde ni unos, ni otros, cuentan nunca la verdad. Total, sic transit gloria mundi.