Los alrededores de esta hermosísima ciudad mexicana son de
una blandura amorosa, tan verdes que parecen entresacados de una estampa de la
campiña británica. La independencia de México se gestó en esta capital del
estado de Guanajuato, pese a firmarse finalmente en la vecina Querétaro,
también hermosa. Irapuato es un nudo central de las comunicaciones mexicanas y
se nota. En la zona están asentadas cuatro importantes industrias automovilísticas
niponas y los larguísimos convoyes de tren atraviesan la localidad con
asiduidad. A diferencia de la Ciudad de México (o Distrito Federal, como se la
conocía recientemente), el orden urbanístico jamás se ha desmoronado y por sus
calles circulan los vehículos con tranquilidad y despreocupación. A tan solo
tres horas por carretera de la capital del país, sorprende encontrarse con un
mundo en apariencia tan poco mexicano: orden, limpieza, parsimonia…
Cuando me trasladan en camioneta (esos vehículos inmensos,
de influencia yanqui, provistos de caja donde transportar enseres, pero tan
potentes y cómodos por dentro que han devenido artículos de lujo) contemplo con
arrobamiento los campos de maíz, fecundos, feraces, salpicados aquí y allá por
invernaderos donde se cultivan fresas. Irapuato es la capital mundial de este
producto, con permiso de los onubenses, pero ya apenas queda visible gloria
alguna que dignifique tan egregia distinción, solo puestos de carretera,
desvencijados y distraídos, donde por un par de euros puedes adquirir una
bombona enorme de fresas con crema.
Como español, me resulta curioso que, de entre todos los
temas de preocupación que convergen en las pláticas de los mexicanos, ninguno
de ellos se refiera al desempleo. Las empresas muestran en sus puertas
cartelones inmensos solicitando trabajadores y muchos de esos puestos quedan
siempre por cubrir. No es el paro un motivo de desasosiego para nuestros
hermanos mexicanos. Quizá por eso en todas partes, también aquí en la calmosa
Irapuato, el dinamismo y la felicidad sea característica indeleble de las
gentes y sus usanzas.
Estoy por finalizar mi prolongada estancia en este país, México,
que no se descubre solo en Cancún. Magnífico hallazgo, ¿verdad? El interior
está provisto de una belleza exquisita, quizá mucho más natural y franca que el
entramado de resorts que sazona el antiguo territorio maya, aunque menos
turística. Entiendo ahora mejor por qué nuestros antepasados venían para no
querer regresar nunca…