viernes, 21 de julio de 2017

Fresas de Irapuato

Los alrededores de esta hermosísima ciudad mexicana son de una blandura amorosa, tan verdes que parecen entresacados de una estampa de la campiña británica. La independencia de México se gestó en esta capital del estado de Guanajuato, pese a firmarse finalmente en la vecina Querétaro, también hermosa. Irapuato es un nudo central de las comunicaciones mexicanas y se nota. En la zona están asentadas cuatro importantes industrias automovilísticas niponas y los larguísimos convoyes de tren atraviesan la localidad con asiduidad. A diferencia de la Ciudad de México (o Distrito Federal, como se la conocía recientemente), el orden urbanístico jamás se ha desmoronado y por sus calles circulan los vehículos con tranquilidad y despreocupación. A tan solo tres horas por carretera de la capital del país, sorprende encontrarse con un mundo en apariencia tan poco mexicano: orden, limpieza, parsimonia…
Cuando me trasladan en camioneta (esos vehículos inmensos, de influencia yanqui, provistos de caja donde transportar enseres, pero tan potentes y cómodos por dentro que han devenido artículos de lujo) contemplo con arrobamiento los campos de maíz, fecundos, feraces, salpicados aquí y allá por invernaderos donde se cultivan fresas. Irapuato es la capital mundial de este producto, con permiso de los onubenses, pero ya apenas queda visible gloria alguna que dignifique tan egregia distinción, solo puestos de carretera, desvencijados y distraídos, donde por un par de euros puedes adquirir una bombona enorme de fresas con crema.
Como español, me resulta curioso que, de entre todos los temas de preocupación que convergen en las pláticas de los mexicanos, ninguno de ellos se refiera al desempleo. Las empresas muestran en sus puertas cartelones inmensos solicitando trabajadores y muchos de esos puestos quedan siempre por cubrir. No es el paro un motivo de desasosiego para nuestros hermanos mexicanos. Quizá por eso en todas partes, también aquí en la calmosa Irapuato, el dinamismo y la felicidad sea característica indeleble de las gentes y sus usanzas.
Estoy por finalizar mi prolongada estancia en este país, México, que no se descubre solo en Cancún. Magnífico hallazgo, ¿verdad? El interior está provisto de una belleza exquisita, quizá mucho más natural y franca que el entramado de resorts que sazona el antiguo territorio maya, aunque menos turística. Entiendo ahora mejor por qué nuestros antepasados venían para no querer regresar nunca…