Supe que se llevaba a cabo una moción de censura por los
periódicos. Será que últimamente desconecto demasiado. Pero se me pasó, que
diría el otro.
Volviendo de Asturias, me puse algo al día leyendo la prensa.
Aunque no me guste, acabo ojeando lo que dicen unos y otros siquiera por
reafirmarme en la opinión de que periodistas y opinadores son antes soldados
atrincherados que agentes del servicio de inteligencia. Opinión como fundamento
de la ideología (Monedero, por ejemplo, que escribe con verbo suelto para
regocijo de los suyos), opinión “Quod Erat Demostrandum” de teoremas falsos. (el
de casi todos los demás). Me divierten las marcas panfletarias de la izquierda:
son menos cansinas y aburridas que las de la derecha, aunque idénticamente
inútiles, y llevan consigo una superioridad moral de cuya génesis siempre he
manifestado estupefacción, tal vez porque se ven incardinados a la Ilustración
y la Revolución Gloriosa, aunque luego sus propuestas son tan pueriles como
demagógico el asombro de quienes los escuchan ensoberbecidos. Y en la otra orilla, la conservadora, de
liberalidad tan arrumbada que apenas se distingue nada que la concierna, no
cesan de aflorar sentimientos de culpa y marcas de ancestral egocentrismo.
He de confesar que, en los días previos, andaba más preocupado
con la preguntita de los catalanes y su futura república, esa que encierra
tantas otras, convenientemente silenciadas, que antes parece un laberinto
borgesiano que una consulta con trazas democráticas (es decir, en cantidad
minúscula). Por eso, tal vez, se me escapó el intento exhibicionista del señor
que atiza hasta sangrar, el de su portavoz (no se me ocurrirá entremezclar las
verdades, que luego me llaman de todo, tal es el resentimiento de quienes viven
para trazar -otra vez la palabreja- líneas rojas), el de Rajoy (manda narices
que sea él quien mejor parlamente en el Parlamento) y de todos los demás que
hablaron, en quienes no me fijé.
Total, como tampoco ha servido para mucho, salvo para alumbrar con
fuegos artificiales las dos orillas desde donde se miran de reojo los morlacos,
no creo haberme perdido mucho dedicándome a otros menesteres. ¿Que entonces por
qué les hablo hoy de esto? Por saturación, supongo, o cansancio, y por convenir
con ustedes que la política, como ya dijera hace dos semanas, se ha convertido
en un juego de buses, eslóganes, gritos, abecedarios y narración de odios
inveterados. Ergo, soy yo quien les censura a todos