Por Jordi Cruz, un afamado cocinero catalán que también
sale por la tele, he conocido el significado de la palabra “stagier”. Los
llamaban aprendices, pero ahora que el glamour ha invadido los fogones, todo
sabe mejor en francés (con permiso de Arzak: la cocinería debería estar en
euskera. Pero eso es otra historia).
No sé a ustedes, pero que se diga que sin aprendices sin salario
un negocio no es viable, es inquietante. Razones habrá, pero no me convencen. Suena
a fraude (legal o no), a mentira mil veces repetida, a mantra reconvertido en ley
natural. Si la realidad permite sueldos ínfimos, o en dinero negro, o contratos
leoninos u horarios descontrolados, estamos en Bangla Desh, no en España. En
las carreteras se ven coches que cuestan cincuenta veces el salario mínimo, o
más: ¿acaso esos vehículos tan potentes y lujosos no han sido adquiridos
gracias a la existencia de un alto porcentaje de “pringados”? Pido perdón, pero
no sé bien cómo denominar a quienes se desloman para que otros se peguen una
vida de p.m.
La cosa está extendida. Hace años hube de contratar a
alguien para suplir una baja por maternidad. La recomendación que me dieron fue
ofrecer un contrato inferior al mileurismo, porque, total, se iban a pegar por
migajas. No hice caso. Ofrecí el mismo salario que se iba a cubrir y exigí
similares aptitudes. Me pareció lo justo. Obviamente, quien formuló aquella
recomendación cobraba un salario brutal: le repliqué que estaba dispuesto a
discutir con su jefe (el verdadero dueño de la empresa) la necesidad de reemplazarle
y ahorrar una importante cantidad en costes laborales porque, total, candidatos
habría que se pegarían por una tercera o cuarta parte de su sueldo (que lo
hicieran igual de bien o mejor era cuestión de tiempo). El susodicho se limitó
a mirarme con frialdad: reconocí en esa mirada el orgullo de pertenecer al clan
de los privilegiados y el empeño en defender dicho estatus.
Solo unos pocos de los muchos “stagiers” que hay en la vida
llegará a prosperar. El resto tendrá que vérselas con futuros esquilmados y
sueldos de mierda aunque ahora se estén deslomando mucho o muchísimo por bregar
bajo el brillo intumescente de personajes a quienes realmente poco importa lo
que les suceda mañana. Será el momento de preguntarles: para qué. O también: por
qué habéis menoscabado el futuro de vuestros compañeros. Pues la ventaja de uno
es la miseria de cientos. Pobre Marx… Se ha perdido el concepto de clase.