viernes, 10 de febrero de 2017

Por 6.000 millones

Llevo ya un tiempo escribiendo aquí, los viernes, y echar un vistazo atrás sobre las propias palabras suele esclarecer e interpretar no pocas cuestiones. Fue en junio de 2011 cuando el gentío rodeó el parlamento catalán obligando a Artur Mas a entrar en helicóptero. En el otoño de 2012, en cambio, Artur Mas era ensalzado por quienes se manifestaron multitudinariamente en pro de la separación. En 14 meses, los estragos de los recortes de Mas y la crispación en las calles habían sido sustituidos por el “España nos roba”. La educación, el paro, la sanidad… todo aquello que no funcionaba, con independencia de estar transferido mucho tiempo atrás, tenía una causa precisa: el expolio del estado español, que además se arrogaba el derecho a cercenar de cuajo la voluntad del pueblo catalán recortando el Estatut, e identificando ciertas partes con la ilegalidad.
Llegados a este punto, si uno es coherente, aunque con ello se conduzca a todo un pueblo al desastre, lo siguiente cae por sí solo: la independencia. Total, la gente no sabe de entresijos, ni quiere saber: reconoce los problemas, porque asfixian, pero no sabe resolverlos. Y es visceral. Por eso resulta tan sencillo profetizar, con verbo fluido y emocionante, el mensaje salvífico: una Cataluña sin España. Los que salen a la calle, ya hartos, lo aceptarán sin rechistar. Receta para mediocres e iluminados: alentar aquello que una parte del pueblo demanda, unirlo a una visión de superior trascendencia, salpicarlo con demagogia (la cantinela del país independiente conquistado por España en 1714, cambiando sucesión por secesión) y dejarse llevar, es decir, comenzar a vocear, por ejemplo, la necesidad de un referéndum, consulta o o “prusés participatiu”. Así es como las mentes catalanistas se atiborran de delirios y como las más conspicuas distraen del horizonte la corrupción (3%, los Pujol), la pésima gestión y los recortes sociales.

El fracaso de la pregunta doblemente ininteligible, de las elecciones donde Artur Mas se quitó estúpidamente de en medio… todo eso da lo mismo. La palabra fracaso no existe. Mientras tengan el poder democrático, hostigarán dictatorialmente a las gentes desde sus centros propagandísticos, sus mentiras y sus invenciones y movilizaciones. Una y otra vez hasta que la gallina ponga el huevo o acaben todos inhabilitados por el Tribunal Constitucional (español).Y todo por evitar el escarnio de unos ajustes de más de 6.000 millones de euros. Vaya tela.