viernes, 3 de febrero de 2017

Clamores y trumpetas

Anda medio planeta absortamente entretenido con los disparates que un día sí, otro también, suelta el presidente electo de los EEUU. Hasta donde alcanza mi conocimiento, todavía no se han producido conflictos irreparables salvo ciertas tiranteces diplomáticas a causa de la obstinación de Trump en exhibir cuanto cruza sus meninges respecto a China, México, países emergentes, Oriente Próximo y Europa. Y algunos de estos puntos tienen su aquel, que diría Llopis: véanse, si no, las medidas de Trump sobre el veto migratorio a ciertos países árabes. En fin, que estamos divertidos, por horroroso que parezca decirlo. Hay un titular asegurado para cada jornada y un nuevo asombro en cada teletipo que arriba a las redacciones. 

De entre todas las reacciones que vienen produciéndose en este contexto trumpetero (pareciera que EEUU estuviese haciendo resonar las trompas de Jericó), me ha sorprendido, y mucho, lo escrito por el presidente del Consejo Europeo añadiendo los alardes del presidente estadounidense a las ya existentes amenazas económicas rusa o china. Algunos políticos (y medios) franceses y españoles, por lo general, se han apuntado rápidamente a la crítica histérica, a la descalificación de johnwayneismo, a la alarma por la desconfianza que súbitamente sopla desde el Atlántico. ¡Pero si todos nos venimos sintiendo, de una u otra manera, escépticos sobre el destino de la UE! 

Coincido con quienes sospechan que venía haciendo falta una bravata de suficiente calibre (mire usted por dónde ha sido finalmente yanqui y nacionalista, qué contrariedad) para recomponer los desaguisados en que nos hemos venido cociendo nosotros los europeos durante las últimas décadas de europeísmo, léase dizque unión, léase manifiesta incapacidad de encontrar acuerdos, de consolidar la unión de futuro entre los estados, de aunar las convicciones de los ciudadanos en torno a los principios inspiradores del proyecto (en lugar de aplastarlas), y de resolver de una vez los problemas (no solo económicos). 

En fin. Que quizá la respuesta al arreón trumpiano permita por fin dejar de mirarnos el ombligo. No estaría mal que acabase desmembrándose algo la oligarquía reinante, esa que lo aplasta todo con su elefantiásica burocracia y su hermetismo. No vendría nada mal volver a convergir en algo primordial que fue prontamente abandonado. 

 Aclaro que Trump no me inspira ningún temor: hay bravucones de poco recorrido y este señor será uno de ellos. Al tiempo.