En unas tablas de madera, revestidas de fina cera,
escribían los antiguos romanos. Al menos hasta Gladiator, donde los espectadores del circo recibían propaganda en
papel. La escritura no era sino marcas efectuadas con unos objetos punzantes
llamados estilos. Aquello a lo que se deseaba conceder permanencia era luego
copiado con pinceles a rollos de papiro y, de ese modo, la cera de las tablas
podía ser empleada más veces. De ahí provienen la estilográfica, el estilete y los
estilos. Nuestros actuales libros provienen de los códices, una pila de láminas
flexibles (u hojas) unidas en uno de los bordes.
El problema era que, como bien
ilustró el anteriormente aquí citado Umberto Eco en su más popular novela, los
rollos se consumían fácilmente en los incendios. Sn embargo, los libros que se
confeccionaban con pergamino (cuero de la barriga de los animales) ardían con
menor facilidad, tanto por la propia naturaleza del material como por estar
compuesto de páginas prensadas entre dos tapas. Los libros y los cuadernos reproducen
la forma del códice. La máquina de escribir, el rollo, pero manteniendo la idea
del códice, porque un manuscrito mecanografiado (válgame la incoherencia) se
podía encuadernar como un códice. Kerouac, de hecho, escribió su obra “En el
camino” como un rollo del ancho de una hoja de mecanografía y más de treinta metros
de longitud.
Hoy en día, mucha gente lee en libros electrónicos, o ebooks. Y mucha gente, posiblemente cada
vez menos, argumenta su amor por los libros clásicos en la sensualidad del
dispositivo físico: la rumorosidad de las hojas, el olor de la tinta impresa,
la visualización del volumen como un todo concebido en partes. Posiblemente, de
esta creciente poesía llamada a posponer, por un reducido tiempo, la
prevalencia del nuevo formato electrónico, que guarda idéntica forma
organizativa a la de su antagonista impreso, salvo por las propiedades
ignífugas de aquel, sea una poesía antes sentimental que realista. Siempre digo
que lo realmente crucial en un libro reside en el contenido, así esté publicado
en códices, pergaminos, folios A4 o rollo de papel higiénico. Adherir a la
experiencia lectora la sensualidad orgánica del cuerpo humano es, vamos a
dejarlo claro, elegiaco, pero excesivo. Mejor quisiera yo que cambiasen los
contenidos que los continentes. Sigo buscando libros animados, como refería
hace unas semanas, y encuentro pocos, pocos y desconocidos (tampoco podía ser
de otra manera).