viernes, 18 de septiembre de 2015

La rotura de España

Qué ganas tiene uno de que pase la fecha de las elecciones catalanas. Mis mayores temores consisten en que, tras ese tormentoso domingo, todo vuelva a empezar, lo cual no me sorprendería nada, porque si bien detecto en una cierta cantidad de catalanes el deseo de desentenderse de España y convertirse en un estado propio (lo de ser una nación es algo que no necesita siquiera fronteras), todo apunta a que algunos secesionistas profesionales lo que han contraído no es un amor más profundo por su patria sino un modo más astuto de ganarse el sustento y lo que no es el sustento, porque se llama capricho. En el fondo, todo el asunto de la ruptura con España lo que ha supuesto es el posicionamiento (que se dice ahora) de cada uno de los nuevos próceres de la cosa independentista en la mejor ubicación posible de cara a ese futuro estado catalán que da inicio el lunes 28. Porque las naciones no precisan ni dinero ni bien alguno común para existir, pero los estados sí, que se trata de recaudar y gastar, y una de las mayores cualidades de la gobernanza moderna es hacer que, directa o indirectamente, del reparto se salga siempre uno beneficiado. 

 Dice un colega mío que lo mejor que puede pasar el día siguiente de la declaración de independencia, es que alguien dé la orden al ejército de invadir Cataluña y anexionarla de nuevo. Da por supuesto que no habrá ni un solo disparo, ¡¡por supuesto!!, y que los desórdenes y guerrilleros brillarán por su ausencia. Y no solo estas beneficiosas circunstancias, sino que, además, todos se darán perfecta cuenta de que una cosa es que los demás consintamos el rollo dialéctico y político del secesionismo, y otra que indolentemente permitamos la disgregación de lo que siempre ha estado unido a nosotros a causa de unos pocos. No sé si estoy de acuerdo en lo que dice, desde luego no en todo, que eso de organizar una parada militar con carros de combate y fusiles de asalto, siquiera lagrimados con flores, en pleno Paseo de Gracia, no parece cosa de tino sino más bien de guion de cine. Pero en todo lo demás, razón no le falta. 

A mi modo de ver, solo en la confluencia de una mediocridad salvaje del hacer político se encuentra la razón de que hayamos llegado donde estamos. Puedo entender las ansias de ser considerado diferente, pero no el fin de la retórica. Y esta no se produce solo con el estruendo de las armas, también con el menosprecio y el ninguneo del que piensa distinto. Ya saben a qué me refiero.