La cultura apareció como una metáfora hortícola. Algunos
descubrieron que esa entelequia llamada espíritu se podía cultivar y sacar de
él algo mejor que la contemplativa existencia de labores y faenas. De ahí, a
englobar cualquier capacidad humana, medió un tramo: otro más hasta que el arte
(que ya existía muchos siglos y milenios atrás) acaba reflejándose en el espejo
impoluto de eso llamado cultura. De hecho, si usted acude a los servicios sociales
que presta su consistorio, encontrará en ellos uno denominado con cierta
rimbombancia “Ocio y cultura”, donde será informado de cosas tan variopintas
como un concurso de salsa y una exposición de pintura: todo en el mismo
panfleto. El arte ha quedado fagocitado dentro de la cultura. Craso error. Por
eso conviene delimitar nuevamente los territorios de uno y otro, como cuando la
cultura no existía. La gastronomía no es arte, aunque muchos se empeñen en
hablar de arte culinario y no de cultura gastronómica. Y la guerra, por
supuesto, no es arte, salvo en el libro de Sun Tzu.
Esta mezcolanza surge en el momento en que el arte deja
de interesar como estricta manifestación estética producida por las inquietudes
intelectivas del ser humano, para devenir en poco menos que una manifestación simbólica
cualquiera. Desde ese momento da lo mismo contemplar una pintura de Rubens que las
crestas de un colectivo urbano: todo es cultura y, por ende, arte (porque el
arte es parte de ese todo). El arte se convierte en algo popular, lo cual no es
malo salvo que se generalice, que es lo habitual: el individuo postmoderno
tiende a desacralizar cualquier manifestación sublime; lo estético, siempre tan
minoritario, ve reducido su valor inmaterial a un vulgar derecho a opinar y a una
ridícula manifestación sobre la multiplicidad de gustos. Algunos lo llaman
socialización del arte, una manera más bien patética de relativismo; pero es
simple y llanamente, vulgarización.
Hay que volver a hablar de arte, no de cultura. Y
defender el arte y fomentarlo. La sociedad y los políticos están ya continuamente
ideando maneras de fomentar la cultura. Pero el arte, ¡ay!, lo han
industrializado de una manera tan atroz que extraerlo de las catacumbas donde
se encuentra puede suponer esfuerzos ímprobos. ¿Han oído hablar del Ministerio
de Cultura? ¿Saben los parámetros por los que allí se conceden las
ridículamente escasas ayudas a la creación artística? ¿Y saben qué proyectos se
financian? Mírenlo y me cuentan.