sábado, 15 de marzo de 2014

De azotes y palizas

¿Su hijo, indolente, muestra renuencia a terminar los deberes de matemáticas? Ni se le ocurra darle unos azotes en el culo en presencia de una hermana: alguien le denunciará y un juez le condenará a vivir seis meses lejos de él (también le impondrá una multa de 200 lereles, pero esto duele menos). Abundemos que este padre, a quien la justicia encuentra culpable y ha condenado, le produjo en el labio y en un antebrazo a su hijo sendos hematomas. Ignoro quién le denunció: la noticia no lo explica y yo tampoco he querido saberlo.

¿Su hija, de 13 años y conducta habitual cuestionable, le propina a una compañera una paliza en presencia de otras chicas, con patadas en la cabeza y una mala baba que asusta? No se preocupe. Es menor de edad. No se le puede imputar nada. Además, déjela que se explique: le dirá que tenía buenos motivos para hacerlo porque lo que había hecho la agredida carecía de perdón. Los testigos, aparte de no impedirlo, grabarán el ataque con uno de sus fenomenales móviles y lo colgarán en youtube (lo cual me da a entender que la impunidad era una cuestión que a la bravucona se la refanfinflaba).

Lo más curioso viene luego, cuando las redes sociales, que siempre se adelantan a los medios de comunicación, ya han iniciado la inagotable discusión de la violencia en nuestra sociedad. Los unos, sumándose a la causa paternal, esgrimiendo con orgullo el virtuosismo de aquellos empellones propinados, siendo niño, por alguno de sus progenitores (si no por los dos), del mucho bien que le hicieron, y no entrando a dilucidar cuál habría sido el destino en sus vidas sin tantas hostias bien dadas. Los otros, escandalizados con la crueldad infantil, obviando que entre estos niños de ahora los hay adolescentes precoces que fuman (aunque menos) empedernidamente, beben hasta emborracharse en los botellones del fin de semana, y follan cuales monos sin haber apenas despuntado el bozo en sus labios.

Tengo para mí la impresión de que alguna cosa se ha desarticulado. De los casos arriba referidos lo deduzco. Porque el padre que, ahíto de irritación, olvidó sentarse a hacer los deberes con su hijo y se acordó del palitroque al que acostumbraron de niño, a quien debió pegar fue a la muchacha indolente de las buenas razones para el puntapié craneal. Aunque, bien mirado, casi lo mejor hubiera sido, como en El Quijote, meterles a ambos en una sala oscura y dejarles que menudearan a sus anchas y sin dar punto de reposo (I, cap. XVI)