domingo, 18 de noviembre de 2012

Desde el fin del mundo

El mundo del acero galvanizado me ha traído por segunda vez en la vida hasta Chile, al fin del mundo, como gusta decir a sus ciudadanos. En Santiago, mientras escrituro esta columna desatendiendo a uno de los ponentes, cuya charla no me atrae, se han reunido doscientos empresarios para, principalmente, glosar alabanzas al benéfico momento que se vive en casi toda Latinoamérica. 

Casi toda. Alan García, quien fuera presidente de Perú hasta 2011, lo ha explicado con total claridad en una entrevista publicada este pasado domingo. América Latina está dividida en dos bloques. Por un lado, Chile, Colombia, Perú y México eligieron abrir sus mercados y ahora crecen al 5%. Por otro, Venezuela, Ecuador y Argentina escogieron cerrar su economía y reparte falso dinero entre la población, sin crear infraestructura ni empleo, perpetuando la pobreza, comprando votos y falsas popularidades. 

Fijémonos en lo positivo. Si he venido hasta aquí es para informar al sector en España, al que represento, que el tráfico con Latinoamérica ya estaba abierto. Este mercado está creciendo, habla nuestro mismo idioma y confía en la industria europea y, sobre todo, española, con quien desea tender puentes de cooperación y, con ello, superar el bache tecnológico y de calidad que aún mantienen respecto al mundo en que nosotros vivimos. Su crecimiento en infraestructura es nuestra más eficaz salida a la crisis, es una relación benéfica y mutua. Estas importantes expectativas deberían de hacernos razonar a muchos de nosotros sobre cómo deseamos que sea el futuro que queremos. 

Traigo todo esto a colación por dos motivos. Uno, para señalar que la actual crisis está trazando la frontera de hasta dónde podemos llegar mirando estrictamente hacia Europa. Dos, que al volver la mirada hacia Latinoamérica, con quien tanto tenemos en común, dispondremos de las oportunidades que ahora echamos en falta. 

Se lo cuento a mi sector, pero también al ciudadano. Quizá hemos extenuado nuestro país con políticas erradas de gasto público (gratuidad del bienestar) y desmantelando la industria. No nos toca a nosotros resolver este problema. Ni podemos quedarnos en la queja o la huelga, por necesarias que sean. Aprovechemos nuestros conocimientos, experiencia, capacidades. América Latina las necesita y a cambio nos brinda su hospitalidad, demostrando que al menos esta esquina del globo es amistosa y, como en siglos anteriores, puede contribuir decisivamente a nuestro porvenir.