jueves, 11 de octubre de 2012

Día de la banderita

Hasta que no la suframos en nuestra propia carne, no caeremos en la cuenta de lo terrible que es la miseria. Mi abuela solía decirnos a mis hermanos y a mí que ojalá nunca nos tocase vivir una guerra: no por la muerte que en ella se encuentra, sino por la inmensa pobreza que le sigue. Como tanta gente que nació en el primer cuarto del siglo XX, de los que cada vez ya van quedando menos, le horrorizaba la abundancia en que estábamos creciendo. 

El “Día de la banderita” de la Cruz Roja Española, celebrado este pasado miércoles, por si no se habían dado cuenta, no ha sido destinado a erradicar el hambre en el mundo, sino a ese 20% de ciudadanos que han cruzado el umbral de la pobreza a consecuencia de la crisis económica. Sin esperarlo, sin apenas darse cuenta, de repente hay otras 300.000 personas para quienes la vida diaria también carece de una mínima dignidad (ya había dos millones antes). ¿Han echado un vistazo a la web de Cruz Roja? El pobre de ahora es más joven, proviene de un contexto económico seguro, y solicita atención básica de emergencia: comida, ropa, pago de la luz y el agua. Son personas en cuyas familias todos los integrantes en edad de trabajar se encuentran en paro. Han perdido la vivienda a causa de los desahucios y no están acostumbrados a solicitar ayuda. 

Quizá hayan visto en la tele o en internet un anuncio en el que aparecen un padre y sus dos hijos en la cocina, junto a un frigorífico vacío, con una tortilla de un solo huevo como única cena. Acaba con la frase “cada vez más gente de la que imaginas necesita ayuda en nuestro país”. A mí me parece una campaña durísima, como hace tiempo no la recuerdo, porque –no seamos hipócritas- el hambre en el cuerno de África no nos causa demasiada mella (queda muy lejos), pero el hambre que se sufre en el segundo piso de nuestro edificio le corroe las entrañas a cualquiera. No valen las excusas, a menos que uno viva complacido en la más egoísta indiferencia. 

Qué quiere que le diga, dudo que desde la ciega política se vaya a echar una mano si no es para hacer que la lista de pobres aumente. Hemos de ser nosotros. Este impuesto sí lo pago sin rechistar. El hambre no figuraba en el horizonte de este país. Si por algo deseo que acabe la crisis, es para que ni una sola persona más tenga que acudir día tras día a los contenedores de basura para abastecerse de lácteos caducados, frutas pasadas, verduras pochas, pan rancio, carnes podridas o pescados malolientes.

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