viernes, 18 de marzo de 2011

Miles de muertos

Escribo estas líneas desde Bruselas, adonde he venido para discutir asuntos profesionales con representantes de distintos países. Al margen de los temas que hasta aquí nos han traído, todos hemos tenido en boca la gravísima catástrofe ocurrida hace una semana en Japón, donde un descomunal seísmo devastó extensas zonas del país nipón causando decenas de miles de muertos y damnificados, así como enormes pérdidas materiales. Un seísmo como muy pocos que liberó una cantidad de energía similar a la explosión conjunta de veinte mil bombas atómicas como la de Hiroshima. Las imágenes de la devastación acaecida en el país del Sol Naciente no tienen contestación. 

Por eso sólo desde la demagogia puede entenderse que haya emergido justo ahora el interesado debate sobre la energía nuclear. “Cosas tenedes, el Cid, que farán fablar las piedras”. Esta vez no han sido los yerros tecnológicos, sino un desastre natural de proporciones imprevisibles, la causa del siniestro. Pero los atacantes, coadyuvados con menciones al Apocalipsis y continua desconfianza hacia el esfuerzo con que Japón trata de evitar una tragedia cuyo origen no proviene de error humano alguno, continúan diciendo que las centrales nucleares no son seguras. Ante un seísmo, ¿qué lo es? Tal afirmación sólo sirve para aherrojar la objetividad. “Ante una catástrofe, la energía nuclear empeora las cosas”, proclaman los antinucleares, que incluso tienen la inmensa desfachatez de decir que terremotos así suceden cada pocos años. Ignorancia cum laude.

Y mientras se sigue hablando del terror radiactivo, Japón continúa derramando lágrimas por sus muertos y pensando con orden y responsabilidad en cómo reconstruir lo arrasado. Por eso me parece de un oportunismo impresentable que, imitando la inmediatez de los mercados, se haya promovido un debate que sabido es que conturba el ánimo de la ciudadanía desde que estallase aquella maldita bomba en 1945, veinte mil veces menor que la estampida telúrica de la pasada semana. Pero uno sólo se acuerda de Santa Bárbara cuando truena. Aquí el debate nuclear bien puede esperar unos meses: del análisis de las extraordinarias circunstancias que han desencadenado esta tragedia se podrá extraer valiosa información hasta ahora desconocida. 

Cuando esté superada la crisis nipona, cuando Japón haya enjugado las lágrimas de la devastación que aún humea caliente, será el momento de plantear debates en toda profundidad. No antes, no ahora, porque lo crucial en estos momentos no son nuestras plantas, es Fukushima. No nosotros, sino ellos.