viernes, 12 de febrero de 2010

Que siga nevando

Continúa cayendo la nieve sobre nuestros tejados y calles. Este invierno, frío y desapacible, persiste en prevalecer y levantarse por encima de todas las demás circunstancias. A ratos, parece un signo de estos tiempos difíciles que ahora vivimos. A ratos, parece una prueba interpuesta en el camino, una señal de advertencia para no olvidar la importancia del esfuerzo y la renuncia en nuestra búsqueda.
Vivimos tan metidos, tan inmersos, tan de lleno en el despliegue amplio y extenso de nuestra comodidad, a través del progreso y la tecnología, que poco a poco hemos ido apartando de nuestro lado hasta los inviernos. Y necesitamos de su crudeza y rigor, pues con el frío todo parece aletargarse. Con estos copos que caen, que están cayendo, sobreviene una modorra existencial y furtiva, en cuya ensoñación quieren desaparecer hasta las tragedias ajenas, que tanta solidaridad provocan, y también las tragedias propias, repentinamente apaciguadas. Viendo cubrirse todo de blanco, casi no se siente que una vez muriesen muchedumbres enteras a causa de un terremoto: el de no hace mucho, el de hace más bien poco (ya ni me acuerdo). Y viendo descender la nieve, con su ensortijamiento azaroso, se sufre de una indolencia repentina, ante la cual no importan las cifras del paro, la ruina económica o el desastre político: el que nos viene rodeando, el que nos aprieta y ahoga (malestar casi eterno).
Soy uno más opinando, y en estas cuestiones del tiempo no parece tener sentido que una palabra sea más relevante que otra. Por eso manifiesto que, por mí, para mí, es mejor que siga nevando, y que lo haga copiosamente y por mucho tiempo. Porque necesitamos aletargarnos de las destrucciones naturales y de los destrozos que han emergido con la lava acuosa y transparente de los billetes monetarios que nos están devorando. Porque necesitamos que el frío nos abotargue el entendimiento y la movilidad de nuestras extremidades, tanto para no huir de sus consecuencias funestas, y así encararlas con altanería, como para impedir que hagamos cualquier cosa por evitarlas, y de ese modo sucumbir sin dilación. Porque nos hemos convertido todos en indignos y egoístas, ambiciosos y petulantes, avariciosos e interesados, ruines y desconsiderados. Porque merecemos esta nieve, y mucha más, para ser sepultados en ella, y que puedan abandonar, quienes sobrevivan, este falso verano creado con tantos desatinos como este mundo moderno ha querido devorarnos a todos.