A los mandamases les espanta hablar de las pensiones de
jubilación. Y a los jubilados, les espantan que los mandamases hablen de sus
pensiones. Nuestros prebostes creen, y posiblemente estén en una creencia
acertada, que no hay cosa que más daño haga a la opinión pública que valorar,
ora al alza, ora a la baja, la pensión que recibe una persona cuando se jubila.
Desde hace unos años, hay un runrún en la sociedad civil por
el que se declara insostenible el actual sistema de pensiones. Y digo runrún
porque soy incapaz de averiguar si se trata de una suposición contrastada con
datos y cifras, o simplemente una suposición estimada también con (otros) datos
y (otras) cifras. No hace mucho, en esos mismos años en que apareció el runrún,
se sugería a los trabajadores que optasen por acudir a un banco y abrirse un
Fondo Privado de Pensión para asegurarse el estipendio cuando llegase la edad
de abandonar la vida activa. Hoy, con la crisis, sabemos que los bancos usaron
ese dinero para financiar la construcción de viviendas cuyo valor se hinchó
como globos estratosféricos, de cuyas hipotecas esos mismos bancos habrían de
beneficiarse. O sea, que a consecuencia de la catastrófica crisis, muchos
fondos de pensiones están poco menos que extintos, y más de uno debería averiguar
si sus ahorros se han esfumado.
Estamos en un brete. El runrún sugiere que el sistema
público de pensiones no tiene futuro, y los sistemas privados ya hemos visto lo
endebles que son. Nadie explica lo que se puede hacer. Pero yo tengo una idea.
Mi decisión es trabajar hasta que me muera (o me toque una
buena lotería). Yo no quiero jubilarme. No voy a poder. Cuando llegue a los 65
ó 67 ó 73 ó 78 u 83 años (pues éstas han de ser las correcciones a la edad de
jubilación conforme vayamos viendo avanzar el tiempo), y ya no tenga fuerzas ni
capacidades, y la artrosis me tenga hecho un cristo, y la senilidad de mi
cerebro sea tan manifiesta como la de muchos voceros políticos de hoy en día,
me moriré. Sin más. Y si no me muero, pediré que me eutanasien por la vía más
activa y más rápida, no vaya a ser que incluso me pidan que me pluriemplee. Y
si se da el (cuasi improbable) caso de que una lotería bien grande me haya
dejado una opulenta cuenta del banco, y ese banco no haya quebrado en el
ínterin, ustedes siempre podrán irme a visitar a alguna paradisíaca isla del
Índico, si es que el calentamiento global deja alguna isla sin sumergir bajo las
aguas marinas.