Cada día se celebra alguna cosa en el mundo. Y, amén de las
fiestas valencianas, el diecinueve de marzo en España es el día en que felicitamos
a los padres. Nótese que he especificado “en España”. Si usted o yo fuésemos
tailandeses, habríamos de esperar a diciembre para el menester de hoy. Y de
haber nacido ugandeses, hasta mediados de junio. Pero no quiero entrar en
erudiciones de enciclopedia ni en prolijidades con poca enjundia.
Yo felicitaría primero a padres como los de antes, que se
desvivían por proporcionar a sus hijos un sustento y una educación que costaba
enormes sacrificios conseguir. Llevaban grabado el sentido de la familia en el
alma, aunque no siempre lo materializasen de forma correcta. Pero, ¿y ahora? ¿Acaso
somos mejores? Nos hemos convertido en padres en un país rico, donde nos quema
el dinero en el bolsillo y podemos aspirar a comprarnos un BMW, vacacionar en
Cancún, salir de copas con frecuencia, o deslumbrar a todos con nuestros progresos
esquiando. La educación de los hijos la hemos dejado para los profesores y la
basura de la tele que tanto nos hace reír. Por eso permitimos que nuestros
hijos, incluso los más niños, se rían con nosotros viendo una serie idiota
donde matrimonios rotos y desconfiados se insultan y desprecian. Eso es más
interesante que saber quién fue madre de Alfonso XII. Por no hablar del exitazo
de las playstation o el ocio alcoholizado. Nos da lo mismo que veamos a
nuestros vástagos de botellón, hemos asumido que en este mundo el ocio pasa por
pillar borracheras homéricas y follarse, con perdón, todo lo que se mueva el
sábado por la noche. Es fantástico hablar de tú a tú a los hijos, que no nos
vean como padres, sino como colegas. Es lo que demandan los tiempos. Y así no
se rebotan ni nos pierden el respeto. Cedimos hace mucho en luchar por las
costumbres que merecen la pena. Somos tan guays, amamos tanto a nuestros hijos,
que les compramos coches y motos antes de que puedan mantenerlos. Pasamos
olímpicamente de saber qué hacen, qué dicen, qué piensan… ¿Involucrarse en su devenir
y su futuro? ¿Comprometerse a algo más que aparecer en el Libro de Familia?
¿Transmitir e inculcar valores y costumbres? Pero qué palabras dice usted,
señor Sabadell. Es usted carpetovetónico.
Yo rompí con dos amigos de la infancia el día
que les contemplé gritar e insultar a sus progenitores sin vergüenza alguna. Siendo
entonces aún adolescente, agradecí mucho la educación que me dieron los míos.
Hoy recuerdo ese episodio, y sé lo mucho que me amargaría ver a mi hijo
insultarme o vociferarme de similar manera. No necesito un día como el de hoy
para que me regalen una colonia. Sino para que yo recuerde cuál es mi
responsabilidad y mi compromiso.